Estudios Biblicos 6. GIGANTES AL ACECHO

ESTUDIO BIBLICO

Por:Ord.LMorrow

 Gigantes al acecho

Capítulo 6

Gigantes de Miedo

 

Toda persona lucha contra gigantes; es decir, contra aquellas cosas que son más poderosas que nosotros. Son cosas que procuran destruirnos, y robarnos el descanso, la justicia y la voluntad para avanzar con decisión y fe. Pueden ser gigantes muy reales, enormes y que meten miedo.

Por supuesto, muchos de estos gigantes tienen la capacidad de dar la apariencia de ser mucho más grandes de lo que realmente son. Algunos de hecho muchos de ellos son producto sólo de nuestra propia imaginación. Por ejemplo, cuando nos ataca el gigante de la preocupación hará que nos preocupemos, nos desesperemos y agitemos. Más tarde hallaremos que las cosas por las cuales estuvimos tan preocupados nunca ocurrieron. Eso parece tontería, pero así son las cosas. Nos olvidamos que Dios es más grande que esos gigantes.

Algunos de esos gigantes en acecho, muy reales y destructores, son los gigantes de miedo; a decir verdad, son una familia de gigantes. Un miembro de esta familia es el miedo al fracaso . Este gigante puede darnos una sacudida; y hacernos decir: "Tengo miedo de fracasar."

El diablo no es caballero, y no tiene miedo. El es quien envía esos gigantes a que nos acosen, y nos hace pensar que son enormes y reales. Sabe atacarnos por lo que es más importante para nosotros. El diablo a veces ataca nuestra actividad principal, nuestra línea de negocios, ocupación o profesión.

Por ejemplo, alguien puede decir: "El predicador no tiene problemas; el predicador no tiene ningún gigante que le acose." ¿Piensas que no? El temor de fallar ataca a todos los predicadores, tarde o temprano. Entonces, ¿qué hacen ellosí Pues, luchan en contra del diablo.

Dibujamos cuadros y redactamos informes para contar la historia tan bien como pueda ser dicha, quizá un poquito mejor que lo que debería ser dicha. ¿No es verdad que ponemos en un pedestal al que tiene éxito? Miramos a una persona, y decimos: "Ahí va alguien que tiene éxito." Y los gigantes susurran al oído de inmediato: "Fíjate, ¡ese tiene éxito! ¡Fíjate en lo que ha conseguido! ¡Fíjate en lo que ha hecho! ¡Fíjate cuántos le siguen!" Luego nos detenemos un momento y nos preguntamos: "¿Quién realmente tiene éxito?"

Esa es una buena pregunta que deberíamos formular a menudo. ¿Quién tiene éxito?

Si hubiéramos estado allí aquel día, y escuchado orar al fariseo y al publicano (Lucas 18:9-14), ¿cuál habríamos pensado que era hombre de éxito? La respuesta saltaba a la vista: el fariseo. Allí estaba, de pie, limpio, bien bañado, bien peinado, muy pulcro, muy educado, y haciendo una oración hermosa: "Señor, no he hecho nada malo. Soy un tipo excelente ." El otro hombre se golpeaba el pecho, y decía: "Soy un pecador."

¿A cuál hubiéramos juzgado con éxito? De seguro que nos hubiéramos equivocado. Jesús dijo que el publicano se fue a su casa justificado, y no el fariseo.

¿Cómo hubiéramos juzgado a nuestro Señor mismo? Tal hubiéramos dicho: "Bueno, pues, todo lo que ha conseguido son doce seguidores. ¿Sabes una cosa? Son cierta clase de rufianes después de todo; nunca fueron gran cosa. Son simplemente tipos que no quieren ganarse la vida pescando; son demasiado haraganes. De manera que vagabundean de aquí para allá, se sientan debajo de los árboles, y El les enseña aquellas nimiedades que El llama 'parábolas.'" De seguro que nos habríamos equivocado grandemente.

¿Quién puede realmente juzgar lo que es la victoria y quién es el vencedor? ¿Quién fue el vencedor, realmente: Nerón o los mártiresí Podemos decir: "Fácil. Fue Nerón. Tenía la espada, la autoridad, mató a los otros, y salió adelante." ¿Salió avante, en realidad? ¿Dónde está ahora? Como puedes ver, podemos juzgar las cosas con normas equivocadas. ¿Quién fue más grande, y quién ganó la victoria: Sócrates o sus juecesí ¿Heredes o Juan el Bautista? ¿Pilato o Cristo? Algunas veces debemos detenernos y pensar acerca de estas cosas, cuando el miedo nos acosa y nos dice: "Mira, vas a fracasar." Tratamos de medirnos comparándonos con otros , pero es preciso que nos hagamos preguntas más serias.

Cuando pienso en esto, me viene a la memoria el poema "La Oración del Necio":

El festín real ya concluido; el rey
quería un nuevo modo de hallar la distracción,
A su bufón llamó, y ordenóle: Señor Necio,
¡Arrodíllate ahora, y dinos una oración!

El bufón se quitó su bonete y cascabeles.
Y en pie se puso ante la corte divertida;
Ninguno pudo ver la amargura en la sonrisa
Detrás del maquillaje que llevaba

Inclinó su cabeza, y arrodillándose
Sobre el estrado de seda del monarca.
Con su voz plañidera así lo dijo: "Señor,
¡Ten misericordia de este necio que soy yo!

"No hay piedad, Señor, que cambiar pueda
el corazón negro de males en blancura:
El castigo la culpa expiar debiera; pero Señor,
¡Ten misericordia de este necio que soy yo!

"No es debido a la culpa, Señor, que adelantamos
hacia la verdad y rectitud; aquí quedamos;
Es por nuestros desatinos que de antaño
Nos aferramos a la tierra, y no a tu cielo.

"Estos pies torpes hundidos en el fango.
Aplastan los capullos sin empacho;
Estas manos bien intencionadas aunque duras
Para oprimir el corazón amigo las usamos.

"La verdad despiadada que guardar debíamos
¡Quién sabe cuan aguda herida hizo!
La palabra que no había razón para decirla
¡Quién sabe cuan profundo ha resonado!

"Nuestras faltas piedad no se merecen,
Limpiarlas solo puede el azote del castigo;
Pero por nuestros disparates, con vergüenza
Ante el trono de los cielos nos postramos.

"Para faltas no hay bálsamo en la tierra;
El hombre alaba al pícaro, y azota al siervo
Que hizo su voluntad; pero Señor
¡Ten misericordia de este necio que soy yo!"

En la estancia hubo un murmullo, y en silencio
Salió el rey, y al jardín .se dirigió,
Y allí a solas, contrito murmuraba:
"¡Ten misericordia de este necio que soy yo!'
                                                     Edward R. Sill

Muchas veces juzgamos al revés. Si hubiéramos estado allí presentes, con el rey y su corte, y el bufón en su delante, probablemente hubiéramos dicho: "Esto es fácil de decidirlo. En seguida se nota quién es el tonto. Fíjate en los cascabeles en su bonete." Pero nos hubiéramos equivocado. Incluso el rey se dio cuenta de lo necio que era.

El miedo al fracaso es un gigante enorme para muchas vidas. Ataca al predicador, pero también ataca al campesino. Este trabaja y suda, y se esfuerza, y quizás hace muchas cosas que no debería o no necesita; todo porque tiene miedo. Tiene miedo al qué dirán.

También ataca a las amas de casa. La señora de la casa realmente trabaja duro. Sin embargo, he escuchado a muchas mujeres decir; "¿En qué fallé?¿En dónde me equivoqué?"

Pero, mujer, es posible que no fallaste. Tal vez no te equivocaste. Tal vez es tan sólo el gigante del miedo al fracaso que se pasea por tu hogar, destrozando y pisoteando tus esfuerzos . Tienes que levantar la cabeza y hacerle frente a este gigante; de lo contrario te arruinará y destruirá tu vida y tu hogar. Tal vez no es fracaso; tal vez es sólo el miedo al fracaso.

Los políticos también sufren del miedo al fracaso. Muchas formas de soborno y deshonestidad han sido motivadas por este temor. "Si no sigo la corriente, no tendré éxito," dice el político. Tal vez lo que debería es preguntarse: "Y si sigo la corriente, ¿qué ocurrirá?"

El miedo al fracaso ataca a todo mundo, tarde o temprano. Debemos saber cómo dominar este gigante. Si permitimos que este gigante nos domine, otro gigante le seguirá inevitablemente: el gigante del miedo a la competencia. Como resultado del miedo al fracaso, aumentamos nuestros esfuerzos y nuestra determinación de hacer que las cosas marchen. Martillamos, empujamos, arrastramos. Nos importa poco a quién lastimamos, por cuanto nos sentimos amenazados, y pensamos que debemos tener cuidado y protegernos nosotros mismos.

Este temor no es nuevo. La Biblia dice que cuando los sabios llegaron "el rey Herodes se turbó " (Mateo 2:3). Se turbó por las noticias del nacimiento de un bebé. ¿Cómo es que un bebe podía perturbarlo? Fue simplemente el miedo a la competencia. Herodes pensó: "¿Otro rey en escena? ¡Debo tener cuidado! Probablemente quiere quitarme el trono. ¡Mejor quitarlo de en medio!" No solamente Herodes quedó turbado, sino también "toda Jerusalén con él" (versículo 3). No querían la competencia de otro rey. Eso les obligaría a tomar una decisión; tendrían que decidir entre los dos.

No queremos hacer eso, de modo que sucumbimos a los gigantes porque tememos a la competencia. Estiramos la verdad para mejorar nuestra imagen, inflamos los cuadros, adulteramos los informes, jugamos con los números y decimos toda clase de mentiras para aparecer como si estuviéramos haciendo que las cosas marchen bastante bien.

Pretendemos ser lo que no somos; eso es hipocresía. Lo sabemos, y lo detestamos, pero estamos en un aprieto. El gigante nos tiene agarrados por la garganta; tenemos miedo . Entre las primeras palabras del hombre que fueron registradas está la frase: "Tuve miedo" (Génesis 3:10). Ese gigante todavía se aprovecha de nosotros cada vez que puede.

Tenemos tanto miedo. Nuestro trabajo es siempre un trabajo enorme porque tenemos miedo. ¿Alguna vez has escuchado que alguien diga que trabaja para una organización pequeña? ¿Alguna vez has escuchado a alguien hablar de sus hijos que trabajan en una organización que no sea muy grande? ¿Has escuchado alguna vez a alguien decir que conoce solo personas que no tienen gran importancia?

Generalmente nunca hablamos de la gente sin importancia. Pocas veces decimos: "Una vez conocí a un mendigo." Lo que decimos es: "Conozco al gobernador." Tratamos de impresionar a la gente, para probar que no somos un fracaso, que hemos logrado el éxito.

También experimentamos el miedo a quedarnos atrás. Tenemos que hacer lo que todo mundo hace, porque todo mundo lo está haciendo. Mejor apurarnos para ponernos al día. Después de todo, la gente que lo hace es gente importante, influyente y con éxito. De modo que, hay que apresurarse y hacerlo también.

¿Vamos a saltar alguna vez del carrusel, sentarnos y pensar en realidad seriamente? Cuando estamos presionados en este mundo atolondrado y vertiginoso, muy pocas veces preguntamos: ¿Está bien esto? Lo que se me empuja a hacer aquello que se me presiona para que haga ¿es lo correcto? Si es lo correcto, ¿es necesario? ¿Es bueno? ¿Tengo que hacerlo? Tal vez sea algo bueno para otro, y quizás yo no tengo que hacerlo. ¿Agradaré a Dios haciendo esto? ¿Tiene Su Palabra algo para decir en torno a esto? ¿Arroja ella alguna luz sobre lo que se me empuja o presiona a hacer?

El temor a quedarnos atrás nos hace víctimas. Tenemos tanto miedo que hasta tememos descansar en Dios. Tenemos miedo de que alguien diga: "Mírenlo. No está haciendo nada, no va a ninguna parte, todavía no se ha ganado una postración nerviosa. Es del tipo de personas que lo toman por el lado suave, y tienen un espíritu en reposo." Nos asusta grandemente pensar que la gente pudiera decir: "No está yendo a ningún lado. Tiene miedo de la competencia; tiene miedo a ser un fracaso." Nos hallamos bajo el control de los gigantes del miedo.

Uno de los más grandes temores que experimentamos es el temor de la opinión ajena; temor al "¿qué dirán?" Esta frase probablemente ha asesinado más gente que cualquier otra. Con recelo, preguntamos: "¿Qué dirá la gente?"

En Juan 7:32-53 se nos dice que los fariseos y los líderes religiosos habían enviado soldados para que arrestaran a Jesús. Los fariseos dieron órdenes a los soldados, y les dijeron: "Vayan, y arréstenlo. Es un alborotador, y está enredando las cosas. Vayan y tráiganlo."

Evidentemente, los soldados escucharon lo que Jesús decía; y mientras escuchaban dijeron entre sí: "¡Hey! Nunca antes habíamos escuchado algo semejante a esto, en toda nuestra vida." Regresaron y no le trajeron consigo. Entonces dijeron: "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" (versículo 46).

Los gobernantes y fariseos dijeron, entonces: "Ustedes son unos tontos. Observen bien, ¿ha creído alguno de nosotros en El? ¿No saben acaso quiénes somos nosotros? ¿No se dan cuenta de que somos gente importante e influyente? ¡Abran sus ojos! ¿Algunos de nosotros ha creído en El?" Tal fue el criterio: "¿No saben ustedes lo que la gente dice? ¿No saben lo que la gente hace?" Eso es miedo a la opinión ajena.

Deberíamos mejor aprender a tomar decisiones considerando el criterio final: ¿Qué dirá Dios? ¿Qué es lo que Dios piensa de todo esto? Filipenses 2:13 dice: "Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad."

Una caterva completa de gigantes saldrá al galope de nuestros hogares, si empezamos a mirar a Dios en lugar de mirar a esos gigantes . Empecemos a temer a Diosen lugar de tener miedo a los gigantes. Empecemos a decir: "No tendré miedo al fracaso; después de todo, ¿quién sabe qué mismo es el fracaso? No voy a tener miedo de la competencia , por cuanto no estoy en el mundo para competir con nadie. Estoy en el mundo para hacer sólo una cosa, y esta es agradar aDios. Y si no hago lo que todo mundo hace ¿y qué? Si no soy mejor que todos los demás, ¿y qué? Si no estoy corriendo como conejo asustado , tratando de mantenerme al día con todo lo que los demás están haciendo, ¿importa realmente? Tengo mi mirada puesta solamente en una cosa ; y esa es: agradar a mi Dios".

Podemos olvidarnos del miedo al fracaso mientras Dios diga que le hemos agradado. Hoy mismo, pongamos nuestra confianza en Dios. Coloquémonos en el lugar de reposo donde está el Señor Jesucristo. Muchos de los gigantes huirían si tan solo tomáramos la decisión de dejar que Cristo se haga cargo de todo.

Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir (Ap.1:4ª)Amén.

Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. (Ap22:20).Amén

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí