Estudios Bíblicos: II. La Preparación Para la Oración

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ESTUDIO BÍBLICO: ¿CÓMO SE PREPARAR PARA LA ORACIÓN?

ESTUDIO BÍBLICO: ¿CÓMO SE PREPARAR PARA LA ORACIÓN?

PRINCIPALES SECRETOS DE LA ORACIÓN

Por: Cameron Thompson

II. La Preparación Para la Oración

Jorge Muller descubrió que es mucho mejor empezar el día con una lectura de la Palabra de Dios, que empezarlo con algún intento de orar. En el cilindro de un motor a gasolina se requieren dos cosas para provocar la explosión y la potencia que de ella resulta; la primera es la chispa, y la segunda es el combustible. La chispa del Espíritu Santo de Dios puede estar presente en nuestros corazones con verdadera fuerza aun muy temprano en la mañana, pero necesitamos llenar nuestros corazones con el combustible de la Palabra de Dios para que haya poder en la oración. La humilde lectura de la Biblia, la cotidiana y sistemática meditación en la Palabra de Dios trae consigo la fe, el poder, y el deseo de orar. Aprendemos de nuevo de Su amor; contemplamos Sus misericordias en el pasado y nuestros corazones se regocijan con Sus caminos. 

Es totalmente cierto que «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63). No obstante, empecemos inclusive la lectura de la Palabra con una breve oración: «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley» (Salmo 119:18). Leamos Su Palabra sistemáticamente, participemos de una buena porción de ella cada día, y leámosla toda; porque la Biblia es Cristo en caracteres impresos, y deseamos conocerle por completo, no simplemente Su rostro o Sus manos.

Cuando oramos fijamos nuestros ojos en nuestro Padre Celestial.

Adoración

Adoramos a Dios por lo que Él es. No nos habremos extendido mucho en las Sagradas Escrituras antes de que tengamos la experiencia que tuvo Isaías, y contemplemos la majestad y gloria de nuestro Dios. Cada versículo es un diamante a través del cual resplandece en nuestros corazones la multicolor y multiforme gracia y gloria de Dios. Adoramos a Dios por lo que Él es. En tales momentos las palabras de muchos de los salmos llegan a ser propias, fluyen de nuestros propios labios, y nosotros también exclamamos: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Romanos 11:33).

Acción de Gracias

Le damos las gracias a Dios por lo que Él ha hecho. Después de haber adorado a Dios por lo que Él es, nos sentimos mucho más inclinados a darle gracias por lo que Él ha hecho por nosotros y por otros. En los grandes portaviones se usa una catapulta para dar a los aeroplanos el impulso necesario para el despegue. Cuándo nuestras oraciones son pesadas y lentas ¿cuántas veces no encontramos que el obstáculo reside en nuestro propio descuido de agradecer oportunamente a Dios por lo que Él ya ha hecho? Con mayor frecuencia deberíamos arrodillarnos para decirle al Señor cuánto le amamos y le alabamos por lo que ha hecho, y levantarnos sin haber pedido absolutamente nada. Jesús dijo: «¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?» (Lucas 17:17-18).

Un misionero en China que había encontrado los cielos endurecidos frente a sus oraciones, un día, desesperado, miraba ausentemente los objetos en su habitación. De súbito sus ojos se posaron en un cuadro que había en la pared con la siguiente leyenda: «La alabanza cambia las cosas.» Se apoderó de esta llave y abrió los cielos.

Bien podemos preguntarnos por qué David era un hombre según el corazón de Dios. Entre otras cosas, él se arrepintió de todo corazón, e igualmente dio gracias con todo su corazón. La alabanza o acción de gracias es mencionada más de doscientas veces solamente en los Salmos.

¿Sabes dónde se menciona por primera vez la alabanza en la Biblia? (Véase Génesis 29:35). Nuestro Señor provino de la tribu de Judá («alabanza»). «Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres» (Salmo 107:8). Lee a menudo los Salmos. Señala tanto las alabanzas como las promesas en tu Biblia. 

Nuestro Propio Padre

Venimos a El como Sus propios hijos. Por sobre todas las cosas no debemos olvidar que el Dios Todopoderoso, Aquel que «está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas» (Isaías 40:22), es también nuestro propio y querido Padre. «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!» (Romanos 8:15). «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!» (Gálatas 4:6). La palabra «Abba» es un término que denota intimidad. Nos acercamos con la sencilla fe de un niño a nuestro propio y amado Padre. 

Una niñita estaba pasando la noche en casa de una amiguita. Tenía un poco de temor, y preguntó si podía decir sus oraciones como de costumbre antes de ir a dormir. Su oración fue: «Padre, ¿no quisieras hacerme sentir tan tranquila como cuando me voy a la cama en mi casa?» Se detuvo un momento, y luego añadió: «¡Por supuesto que Tú quieres!»

¡Cuánto podemos aprender de los niños cuando estamos en la escuela de la oración! Observándolos, aprenderemos cómo allegarnos con una hermosa expectación y humilde dependencia. Como un niño confiaremos en Dios para nuestras necesidades cotidianas, por cuanto ningún niño está angustiado por su comida y vestido.

Nótese cómo se sentía David con respecto a este asunto (Salmo 131). Bien podríamos, cada día y a cada momento, estudiar sobre cómo recibir en el Espíritu Santo, la misma naturaleza de un niño, porque nuestro Señor dice: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos» (Mateo 18:3-4).

No solamente debemos alimentarnos de la Palabra de Dios, y adorar al Señor; sino que también debemos vernos a nosotros mismos ante Él, y en relación con Él.

La Condición del Corazón

Vemos la miseria de nuestros corazones. Una visión de la gloria de Dios y de Su gracia, trae consigo una visión de la bajeza de nuestros propios corazones. A medida que, versículo tras versículo, nuestros corazones son examinados, nos sentimos compelidos a inclinar la cabeza y a confesar lo que somos, tanto como nuestros pecados específicos, nombrándolos ante Él. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1ª Juan 1:9). Es en este punto en donde damos gracias a Dios por el Calvario, y nos damos cuenta de que «ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo» (Efesios 2:13).

Confesión

Confesamos nuestros pecados. Entre los principales pecados que debemos confesar están los siguientes: que realmente no deseamos orar; que nuestros corazones son tan malvados que ni siquiera deseamos hablar con nuestro bendito Padre; que no sabemos cómo orar y nuestros corazones claman que Él nos enseñe a hacerlo; que no podemos orar; y que en el pasado hemos fallado miserablemente porque no hemos orado como debiéramos.

Ayuda de Dios

Recibimos la ayuda de Dios. Si somos honestos con Dios confesando nuestra impotencia, ignorancia y fracaso, en forma segura podremos contar con su inmensa ayuda. Nuestro Señor nos revelará la poderosa provisión que ha sido hecha para nuestra desastrosa flaqueza.

Recordemos que Moisés, en su lucha contra Amalec, se sentó sobre una piedra y sus manos fueron sostenidas por Aarón de un lado y Hur del otro (Éxodo 17.8-12). Aarón, como sacerdote, simboliza la poderosa intercesión de Cristo a la diestra de Dios. «Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25). Con eso empezamos a tomar aliento para la batalla. Hur representa la bendita ayuda del Espíritu Santo. «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Romanos 8:26).

Mientras las manos de Moisés eran sostenidas en alto, Josué fue capaz de prevalecer en el valle. En igual forma, nosotros pedimos a Dios que nos limpie con la sangre, le decimos que no podemos orar, que no sabemos orar, y que ni siquiera sentimos deseos de orar; le rogamos que nos llene de Su Espíritu y que ore por nosotros. ¡Qué ayuda para los hijos de los hombres! De hecho, no hay verdadera oración, excepto cuando Dios el Espíritu Santo clama en nosotros a Dios el Padre, en el irresistible nombre del Señor Jesucristo.

Este es el secreto de secretos en cuanto a la oración. Dios se complace en compendiar para nosotros Su enseñanza sobre un tema determinado, en la primera mención de dicho asunto en la Biblia. En Génesis 4:26 leemos: «Ya Set también le nació un hijo y llamó su nombre Enós. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová.» Dios se sale del camino en docenas de lugares para hacernos saber que los nombres en la Biblia tienen un significado muy profundo. 

El nombre Enós significa «flaqueza, debilidad.» Procede de la raíz hebrea anash, la cual significa «ser frágil, débil o enfermizo.» En los días cuando los hombres se dieron cuenta (después de haber visto a la muerte operar alrededor de ellos y en ellos) de que eran desesperadamente impotentes y débiles, es cuando empezaron a invocar el nombre de Jehová. Y hasta nuestros días, solo el darnos cuenta de esta realidad y confesarla, nos mantendrá en la escuela de la oración y, a fin de cuentas, será la causa de que podamos llegar a tener un corazón que ore genuina y continuamente, lo cual es una de las cosas más raras del universo. Léase cómo Josafat y Asa prevalecieron cuando presentaron delante de Dios su impotencia, ignorancia e inutilidad (2ª Crónicas 20:12; 14:11). 

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