Estudios Biblicos – La iglesia, una realidad celestial

La iglesia, una realidad celestial

La Iglesia local: Un desafío vigente La iglesia es primeramente una realidad espiritual, celestial, divina y eterna.  Ella acapara la atención de Dios desde siempre.  El Padre eternamente ha querido una esposa para su Hijo.  Este, revelándonos el sentido más amplio de su venida al mundo, dijo: «Yo edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt.  16:18).  En efecto, Jesucristo con su muerte, resurrección y exaltación dio origen y nacimiento a su iglesia.  Y al igual que Eva con respecto a Adán, todo lo que la iglesia es procede de Cristo.  La iglesia es huesos de sus huesos y carne de su carne.  El apóstol Pablo dijo que ella es el cuerpo de Cristo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo (Ef.  1:23).

Su manifestación terrenal Ahora bien, esta gloriosa realidad celestial tiene una manifestación concreta en la tierra: La iglesia local.  Ella, al igual que la nueva Jerusalén que desciende del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido, es la expresión terrenal de aquella realidad celestial.  La iglesia local es el tabernáculo de Dios entre los hombres.  ¡Aleluya!  En este sentido es muy revelador que en todo el Nuevo Testamento cuando se hace mención de la iglesia local, siempre se la designa como «la iglesia en tal lugar», queriéndonos decir el Espíritu Santo con ello, que es esa realidad celestial, espiritual, eterna y divina, la que se manifiesta en ese lugar particular.

La iglesia local Pero ¿Cuál es ese lugar particular donde se encuentra el terreno de la iglesia local?  Si miramos el libro de los Hechos observaremos que la primera iglesia local que existió en la tierra fue la iglesia que estaba en Jerusalén.  Hasta el capítulo ocho del libro, cuando se desata la persecución contra la iglesia, es la única iglesia existente.  La persecución, no obstante, producirá notables cambios.  De hecho, la persecución esparció a algunos discípulos hasta Antioquía de Siria y allí se estableció «la iglesia en Antioquía» (Hch.  13:1).  Los apóstoles, por su parte, llevarán el evangelio a todo lugar y seguirá manifestándose allí la iglesia: La iglesia en Corinto, la iglesia en Tesalónica, la iglesia en Efeso, etc.  El punto relevante es este: Toda vez que la palabra iglesia está mencionada en relación con una localidad o ciudad, siempre aparece en singular.  Aunque este hecho parece obvio por todo lo dicho anteriormente, no obstante, el Espíritu Santo registrará con la misma precisión divina un cambio importante: Toda vez que la palabra iglesia está mencionada en relación con una región, provincia o país, siempre aparece en plural.  Las iglesias de Asia (1Cor.  16:19), las iglesias de Galacia (Gál.  1:2), las iglesias de Macedonia (2Cor.  8:1), las iglesias de Judea (Gál.  1:22), etc.

El límite de la iglesia local ¿Qué ha pasado?  ¿Por qué no se mantuvo el singular?  ¿Acaso, la iglesia no es una?  Lo que sucede es que el Espíritu Santo, con este paso del singular al plural, ha querido definirnos el terreno y el límite de la iglesia local.  La iglesia local es la iglesia de la localidad.  En la región o provincia en cuanto tal, no encontramos la iglesia local; allí encontramos «iglesias», esto es, varias iglesias locales: Tantas como localidades tenga la región.  Por lo tanto, la iglesia local no es más grande que la localidad o ciudad.  La iglesia regional, provincial, nacional, continental o universal no existe.  Si existiera, entonces, el Señor Jesucristo habría enviado un solo mensaje a las iglesias del Apocalipsis.  Pero no lo hizo ¿Por qué?  Porque no eran una iglesia; eran siete (Apoc.  1:4).  Cada una con una realidad espiritual distinta (Apoc.  2-3).  La iglesia, en la tierra, es una solamente en la localidad; más allá de ella, en la región, encontramos las iglesias.  No existe ningún versículo que use el término iglesia en singular para una región o provincia.  Por lo tanto, unificar donde el Señor ha separado es tan pecaminoso como dividir donde el Señor ha unido.
La iglesia local no es más grande que la localidad; pero tampoco es más pequeña.  No hay ningún versículo que use el término iglesia en plural para la localidad.  La iglesia en la localidad es, pues, una; y en la región, provincia o país, son varias.  En la tierra, la iglesia universal son las iglesias.

Situación actual Este diseño divino, tan claramente presentado en el Nuevo Testamento, ha sido deformado grandemente a través de la historia de la iglesia.  Nuestros pecados han ido en ambas direcciónes.  Por una parte, hemos «agrandado» la iglesia local, tratando de que ellas sean una por medio de confederaciones, denominaciones y otros; y, por otra parte, la hemos «achicado» al permitir que hayan muchas iglesias en cada localidad.

El desafío vigente Así, pues, dentro de este cuadro aún queda en pie la pregunta: ¿Qué de la iglesia local?  ¿Qué de aquella iglesia que es la amada del Señor Jesucristo, la que ha cautivado su corazón y por la cual él dio su vida?  ¿Dónde está esa iglesia autóctona, idiosincrásica, que es libre para ser únicamente de Cristo?  ¿Dónde está la iglesia que no pertenece a ninguna denominación, a ningún obrero o grupo de obreros y a ningún sistema?  ¿Dónde están los que gimen, lloran, oran, luchan y trabajan por la manifestación de la única iglesia en la localidad?  Quizás alguien preguntará: ¿Si las iglesias locales deben ser libres, autóctonas e idiosincrásicas, no elimina esto la necesidad de obrerosí  Muy por el contrario, los confirma plenamente.  En efecto, la labor de los obreros no es uniformar las iglesias, sino, precisamente, cuidar y propender a que cada una de ellas desarrolle su propia forma.  Los principios son universales y absolutos, pero la aplicación de ellos y la forma en que serán expresados es propia de cada localidad y región.

Queda, pues, un camino no recorrido que nos espera.  ¿Lo recorreremosí  ¿Estaremos dispuestosí  ¿Cómo lo recorreremosí  Obviamente, no estamos hablando de unir denominaciones, sino, como dice Watchman Nee: «La iglesia es local, y las denominaciones son pecado; no podemos ceder en estos dos puntos».  Pero, «en cuanto al asunto del estado, podemos tener un nuevo comienzo mañana… La historia es nuestra; así que nosotros podemos renunciar totalmente a ella y empezar de nuevo.  Ellos no existen y nosotros tampoco existimos, pero mañana todos seremos.  ¿Qué les parece?  A cualquier cosa a la que se pueda renunciar, renunciaremos, pero de ninguna manera se puede renunciar a la Palabra del Señor»[1] ¿Estamos dispuestosí  ¿Pagaremos el precio?  Si no lo hacemos, sepamos entonces esto: Si el Señor no obtiene todavía una iglesia en la localidad, entonces ¿Qué hemos logrado?  Que cada contexto particular se considere la iglesia local con exclusión, en la práctica, de todos los demás hijos de Dios de la ciudad, no soluciona el problema.  Quizás nuestra excusa sea esta: «Hemos buscado a los hermanos que han dejado las denominaciones, pero ha sido imposible caminar juntos».  Si este ha sido el caso cabe, pues, examinarnos profundamente para ver si hemos sido todo lo inclusivos que se requiere.  El hermano Nee dice al respecto: «No es que seamos una iglesia cuando levantamos el nombre de iglesia local, sino cuando hay inclusividad espiritual que incluye a todos los hijos de Dios… ¡Por lo tanto ustedes deben ser quebrados en pedacitos!  ¡Ustedes deben ser excavados profundamente!  Ustedes no pueden considerarse a sí mismos la vara de medida de la iglesia; ustedes se quedan muy cortos».  En otra parte, describe la inclusividad en los siguientes términos: «En cuanto a todo lo que la Biblia tiene, debemos estar firmes en el lado positivo.  En cualquier asunto en que la Biblia permita ambos lados, debemos estar firmes en ambos lados; y todo lo que la Biblia no tenga, debemos rechazarlo.

En cuarto lugar, en todo aquello que la Biblia conceda libertad a las personas, también nosotros debemos conceder libertad»[2] En cuanto al primer aspecto, estar firmes en todo cuanto la Biblia tiene, se refiere a ser tan amplios como para aceptar comportamientos y prácticas bíblicas, aunque no sean las nuestras, como por ejemplo: Los dones espirituales, eso de vender todo para seguir al Señor, recurrir a los médicos, santidad instantánea y progresiva, cubrirse la cabeza, la imposición de manos, el bautismo, el partimiento del pan, el lavamiento de pies y los ministerios.

¡Pero hermanos, hay esperanza!  En estos días el Señor está juntando a sus hijos en la localidad.  Quiera el Señor concedernos la gracia para, en nuestra generación, levantar un testimonio claro y firme de la iglesia local.
Devocionales Cristianos www.devocionalescristianos.org

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