La familia de Dios (1) – Devocional

Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos;
por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos.
Hebreos 2:11.

La familia de Dios (1)

En el primer capítulo del evangelio de Juan leemos que a todos los que creen en el Señor Jesús, Dios les da la “potestad de ser hechos hijos de Dios” (v. 12). Un ser humano es hecho hijo de Dios tan pronto como se convierte y experimenta el nuevo nacimiento. En ese momento nace en la familia de Dios.

Lo que caracteriza a todos los que pertenecen a esa familia es que poseen la misma vida divina. El apóstol Pedro escribe que llegamos a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Como salvados hemos recibido la misma vida que posee nuestro Salvador y Señor. Al ser tan íntimamente unidos con Jesús, él no se avergüenza de llamarnos “hermanos”.

¡Qué gracia cuando pensamos en lo que éramos por naturaleza –pecadores, enemigos de Dios– y a qué título de nobleza hemos sido elevados!

La familia de Dios existe desde que el Señor cumplió su obra expiatoria. En el día de la resurrección él envió a María Magdalena a sus discípulos con el glorioso mensaje: “Vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). En la familia de Dios el Señor tiene la preeminencia, como debe tenerla en todos los aspectos y ámbitos. Él es el primogénito de muchos hermanos y se inclina hacia nosotros sin avergonzarse de llamarnos hermanos. Pero para nosotros sería grandemente irrespetuoso hablar de él como nuestro hermano. Él es nuestro Señor.

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