NUESTROS DESEOS DENTRO DE LA VOLUNTAD DE DIOS


«Deléitate asimismo en el Señor y él te concederá las peticiones de tu corazón», Sal.37:4

Sabemos como Jesús dice que aquella voluntad del Padre debe ser nuestra oración siempre y sólo ella: “Tu voluntad sea hecha aquí en la Tierra como en el cielo”, (no que esta sea hecha sólo, pero que lo sea de igual modo que ella sería hecha allá en el cielo – “los días del Cielo sobre la Tierra”, conforme se lee en Deuteronomio).

Así, podemos declarar con confianza que cualquier cosa que esté dentro de aquella voluntad de Dios, será ejecutada. ¿O no? Claro que sí, ¡pero desde que sea hecha como ella es hecha en el Cielo!

Así, también, orando, nada garantiza que Su voluntad sea alcanzada. Lo que cuenta en una oración es la respuesta que ésta obtiene y nunca las palabras que en ella se usan o el tiempo de intercesión que se gasta – lo importante es que la persona no sacuda el polvo de sus rodillas sin que haya respuesta del cielo. Orar sin cesar, significa orar sin desistir hasta que haya respuesta.

Pero, existe un deleite que alcanzamos de Dios, cuando el Espíritu está en nosotros y hace las cosas por (a través de) nosotros como se fuésemos nosotros mismos. “El Espíritu intercede por nosotros”, pero en nosotros y nunca en el cielo – “he ahí que estoy con vosotros” con gemidos indecibles, gimiendo por vosotros, pero en vosotros, como si fueran los propios a hacer tal cosa. “Cristo en nosotros, esperanza de la gloria”, haciendo y efectuando, queriendo y deseando por nosotros en nosotros – difícilmente un creyente real distingue cuando algo venido de los cielos es de él mismo o de Jesús. Sabe, cuando el río desagua en el mar, nunca se sabe si el agua es dulce o salada, pues las dos se funden en ellas. Es así que “Dios es lo que opera en vosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad”, Fil.2:13 – dentro de nosotros como si fuésemos nosotros mismos. Este es el verdadero significado del “Espíritu intercede por nosotros”. Tal como Cristo dijo: “Permaneced en Mí y Yo permaneceré en vosotros (¡dentro mismo, en persona real y efectiva, operando siempre según el beneplácito de Dios!); como la vara por sí misma no puede dar fruto, si no permanece en la vid, así también vosotros, si no permanecierais en Mí, (…) para que todos sean uno (Conmigo); así como Tú, oh Padre, eres en Mí y Yo en Ti, que también ellos sean uno en Nosotros; para que el mundo crea que tú Me enviaste”, Juan 15:4;17:21. Esta es la única unidad, la única unión que de hecho hace la diferencia. El tipo de unión que nos lleva a decir, como Pablo: “Pero nosotros tenemos la mente de Cristo”, 1 Cor.2:16 . Nosotros en Él y Él en nosotros.

Será dentro de esta mente de Cristo que comienzan a nacer deseos de acuerdo con la voluntad de Dios, una personalidad celestial. Cristo va conquistando terreno por sus deseos presentes y vivientes en nosotros mismos, viviendo nuestra vida por nosotros también, pero en nosotros. Esa plenitud de Vida nos salva de nosotros mismos, pues Sus deseos se hacen líquidos en todo nuestro ser y derriten nuestro ser y se sobreponen ganando partes integrales de todo nuestro sistema y corazón, conforme dicta aquel himno “venciendo viene Jesús”, conquistando palmo a palmo todo nuestro ser por dentro, minando el mal en nosotros, desde que hayamos esa Vida en abundancia en nosotros mismos. ¿Quiere transformar su vida, desde su interior para afuera? Recoja plenitud de vida y no cambio brusco a través de sus medios legalistas que nunca funcionan como debe ser. El legalismo dice: “yo nunca más voy a ver una película del mundo” haciendo votos contra lo que todavía desea, mientras la plenitud de Vida abundante mina el propio deseo de asistir a tal cosa.

Será aquí, entonces, que nuestros propios deseos se funden con los de Cristo: en nosotros. Así, ¡deleitándonos en el Señor, tendremos ciertos deseos provenientes del horno del propio fuego del Espíritu Santo, los cuales Dios tendrá siempre como conceder y los cuales podremos siempre seguir vivamente (¡viviéndolos personalmente!).

Si nos deleitáramos en el Señor, si esta vida fuera y sea abundante, realmente viviente y real en nosotros mismos, nacerán siempre ciertos deseos que hasta entonces nos eran desconocidos por entero, tanto por experiencia, como por palabra. ¿Es así de admirar que Dios los conceda tan liberalmente? Nuestros deseos serán órdenes superiores, pues nacen en el Creador, pues nuestros propios deseos son debidamente transformados en oraciones genuinas. Aquí se cumple la profecía que dice: “Y acontecerá que, antes de que clamen ellos, yo responderé; y estando ellos aún hablando, yo los oiré”, Is.65:24, pues deseamos dentro de toda su voluntad. Tales cosas ni siquiera necesitan ser pedidos reales, pues sólo el deseo en sí es prontamente oído como pedido delante del Trono de la gracia, el tal incienso que de los santos sube a/hacia los cielos.

Si nuestros deseos ya son escuchados como pedidos reales de oración, hay que saber que será sólo porque estos están desde su nacimiento dentro del horno de la voluntad de Dios. “Deléitate asimismo en el Señor y él te concederá las peticiones de tu corazón” Sal.37:4. ¿Qué pensaba usted que este versículo significaba? ¡Esto no quiere decir nada más que, los propios deseos ya serán oraciones – tan sólo! Si un pedido para ser oído tiene que estar de acuerdo con la voluntad de Dios, si un deseo real está de pleno acuerdo con la voluntad de Dios también, inmediatamente tendrán como y porque ser prontamente oídos. Allí, el propio deseo se hace en oración ya por sí. No es de esperar que si deleitarme en el Señor vaya a tener otros tipos de deseos satisfechos, por cuanto me será de todo imposible tenerlos, pues “Aquel que es nacido de Dios no peca; porque la semilla de Dios permanece en él (…) porque es nacido de Dios”, 1 Juan 3:9. No es sólo mi deseo que será nacido de Dios: todo yo soy nacido de Dios, todo yo estoy en Dios, toda mi esencia es de allá y por eso pienso las cosas de allá. Amén.

José Mateus


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