1 Samuel 1:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de 1 Samuel 1:1 | Comentario Bíblico Online

Nos declara el estado de la familia en la que nació el profeta Samuel. Su padre se llamaba Elcaná, de la tribu de Leví y del clan de los coatitas (el más honorable de dicha tribu) como vemos por 1Cr 6:33, 1Cr 6:34. Su antepasado Suf era efratita, esto es, de Belén de Judá, la cual es llamada Efratá («efrateos») en Rut 1:2. Aquí se estableció primeramente este clan de los levitas, pero, al correr del tiempo, una rama del clan se trasladó al monte Efraín, de donde procedía Elcaná. Este Elcaná vivía en Ramá (que significa «altura»), llamada más tarde Ramatáyim («dos alturas») y coincide con la Arimatea del Nuevo Testamento.

I. Se trata de una familia piadosa. Todas las familias de Israel debían serlo, pero, en especial, las de los levitas. Los ministros de Dios deberían ser promotores de piedad en sus familias. Elcaná subía en las fiestas solemnes al tabernáculo de Siló para adorar y ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos. Probablemente fue el profeta Samuel el primero en usar este título de Dios para consuelo de Israel, cuando las huestes de Israel, en su tiempo, eran poco numerosas y débiles, mientras que las de sus enemigos eran numerosas y poderosas, es entonces cuando les animaría pensar que el Dios a quien servían era Jehová de las huestes, de todas las huestes, tanto del cielo como de la tierra. Elcaná era un levita de la campiña y, por lo que parece, no tenía un oficio que requiriese su presencia en el tabernáculo, sino que subía allí como un israelita cualquiera, con sus sacrificios, para animar a sus vecinos y dar buen ejemplo. Y lo que hacía su ejemplo más recomendable era: 1. Que era una época de decadencia religiosa en la nación. 2. Que Ofní y Fineés, los hijos de Elí, eran quienes ocupaban los principales cargos en el servicio de la casa de Dios, y eran hombres que se comportaban muy mal; con todo, Elcaná subía a ofrecer sus sacrificios. Aun cuando los sacerdotes no cumpliesen con su deber, Elcaná quería cumplir con el suyo.

II. Sin embargo, era una familia dividida, y esta división llevaba consigo pecados y pesares.

1. La causa original de esta división era el haberse casado Elcaná con dos mujeres, lo cual iba contra la institución original del matrimonio, como lo declaró nuestro Salvador (Mat 19:5, Mat 19:8 «no fue así desde el principio»), aunque la poligamia estaba tolerada en la ley de Moisés. Lo mismo que trajo problemas en las familias de Abraham y de Jacob, también los trajo en la de Elcaná.

2. Lo que resultó de este error fue que las dos mujeres estaban en malas relaciones. Diferían en sus bendiciones: Peniná, como Lea, era fértil y tenía varios hijos, por lo que debería haber sido amable y agradecida, aun cuando era como una segunda esposa y menos estimada; Ana, como Raquel, era estéril, pero era muy estimada de su marido. Diferían igualmente en temperamento: Peniná no se contentaba con la bendición de su fertilidad, sino que se volvió altiva e insolente; Ana no podía soportar la aflicción de su esterilidad, sino que se volvió melancólica y descontentadiza. Así que a Elcaná le resultaba difícil mantener la paz entre ambas.

(A) A pesar de estas desventuradas diferencias dentro de la familia, Elcaná continuó asistiendo al altar de Dios, y llevaba consigo a sus esposas e hijos para que, ya que no podían estar de acuerdo en otras cosas, al menos lo estuvieran en el culto al Señor, yendo juntas al santuario. Si las devociones de una familia no tienen fuerza bastante para poner fin a las divisiones, que, al menos, las divisiones no tengan vía libre para impedir las devociones.

(B) Hizo también cuanto estuvo en su mano para animar a Ana y procurar que no se desalentase bajo su aflicción (vv. 1Sa 1:4, 1Sa 1:5). Durante la festividad ofrecía sacrificios de paz, y pedía a Dios paz para su familia. (a) Mostraba hacia Ana tanto mayor amor cuanto más afligida, insultada y desanimada la veía. (b) Le manifestaba su gran amor dándole la porción más escogida de sus sacrificios de paz. Así habríamos de mostrar nosotros nuestro afecto a nuestros familiares y amigos, recordándoles siempre en nuestras oraciones y haciéndoles todo el bien que esté en nuestras manos.

(C) Peniná era muy rencillosa y provocadora. (a) Afrentaba a Ana en su aflicción, la despreciaba por ser estéril y la irritaba con malas palabras, como a quien no era favorecida por el Cielo. (b) Le tenía envidia por el afecto que Elcaná le mostraba. (c) Todo esto lo hacía principalmente cuando subía a la casa de Jehová (v. 1Sa 1:7), quizá porque entonces estaban juntas más que en otras ocasiones, o porque era precisamente entonces cuando Elcaná mostraba más ostensiblemente su afecto hacia Ana. Lo que Peniná procuraba era poner a Ana de mal humor, quizá con la esperanza de amilanarla completamente, a fin de poseer en solitario el corazón de su marido.

(D) Ana, la pobre, no podía soportar la provocación: lloraba y no comía (v. 1Sa 1:7). Con todo, era una debilidad inexcusable entregarse a la tristeza según el mundo, hasta el punto de hacerse a sí misma incapaz de gozarse santamente en Dios. Los que son de espíritu mohíno y toman muy a pecho los insultos que reciben, son enemigos de sí mismos y se privan a sí mismos de las alegrías que brindan tanto la vida como la piedad.

(E) Elcaná trató de consolarla: Ana, ¿por qué lloras? (v. 1Sa 1:8). Los que por el matrimonio llegan a ser una sola carne deben ser también de un solo espíritu y ánimo, a fin de compartir las aflicciones y los problemas del cónyuge, de forma que el uno no se encuentre a sus anchas mientras el otro se halla en apuros. Elcaná da a entender que, por su parte, está dispuesto a compensarla de su pesar: «¿No te soy yo mejor que diez hijos?» Como si dijese: «Tú sabes que tienes todo mi afecto, y eso debe bastar para consolarte». Nótese que debemos tomar nota de nuestras bendiciones, a fin de no apesadumbrarnos demasiado por nuestras cruces, puesto que las cruces las tenemos merecidas, mientras que no tenemos ningún derecho a reclamar las bendiciones. Si queremos mantenernos en equilibrio, hemos de mirar a lo que está a nuestro favor lo mismo que a lo que está en contra nuestra; de no hacerlo así, seremos injustos y desagradecidos con la Providencia y nos haremos daño a nosotros mismos.

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