Un misionero cuenta lo siguiente: Hace poco estábamos descansando a la orilla de un río y empezamos a conversar con algunos turistas. Tocamos el tema de la hermosa creación de Dios y de su Palabra; también dimos testimonio del amor de Dios y de la salvación en Jesucristo. Todos escuchaban atentamente y nadie replicaba nada. Varios aprobaban, asintiendo con la cabeza. Entonces un hombre de cierta edad carraspeó y dijo: –Su fe tiene efectivamente algo interesante. Varias veces he sido testigo de que su doctrina cambia los corazones.

Me alegré al oír esta reflexión y pregunté al anciano: –¿En qué cree usted? ¿No quisiera pertenecer al Señor Jesús y hallar la paz con Diosí ¿No le gustaría ser libre del juicio venidero y del castigo eterno? –Oh, repuso él, ya tengo 72 años. En cuanto a estas cosas, a mi edad no hay nada más que hacer. Entonces le pregunté: –Por favor, dígame: ¿si usted cayera en el río y alguien quisiera sacarlo de allí, también le diría: ¡Oh!, no se moleste, ya tengo 72 añosí El anciano se rió, diciendo: –Usted tiene razón, pero…Con este «pero» más de uno ha quedado colgado. El hombre no quería aceptar al Señor Jesús como su Salvador y desaprovechaba la oportunidad de poner en orden su dicha eterna… sencillamente por indiferencia. “Es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído… ¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:1 y 3).