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Cuando todavía cursaba la primaria, si me hubiesen preguntado qué querría hacer más tarde habría contestado sin vacilación: –Quiero ser maestro. Estaba seguro de mi elección, sencillamente porque mi maestro era el hombre a quien más admiraba: ¡Nunca se enfermaba! Por supuesto que mi argumento no era sólido, yo mismo lo comprobé…En la vida tenemos muchas elecciones que hacer: la de una profesión, del cónyuge, de un domicilio, etc. Podemos equivocarnos y sufrir las consecuencias, pero Dios nos propone una elección con respecto a la cual no tenemos derecho a equivocarnos: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú… amando al Señor tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él” (Deuteronomio 30:19-20).
No pensemos que la gracia de Dios nos exime de nuestra responsabilidad de obedecerle. En un discurso a los atenienses, el apóstol Pablo dice que el Evangelio no sólo es una elección que debemos hacer, sino una orden a la que debemos obedecer (Hechos 17:30-31). Y escribe a los romanos: “No todos obedecieron al evangelio” (Romanos 10:16). El apóstol Pedro habla de “aquellos que no obedecen al evangelio de Dios” (1 Pedro 4:17). Por su parte Juan declara: “El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que no obedece al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él” (Juan 3:36, V.M.)
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