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    LA CAPACIDAD DE INDIGNACIÓN

    Por Ydalid Rojas Salinas*

    Agradezco la invitación del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán
    por permitirme compartir con ustedes algunas de mis vivencias en la
    lucha por la libertad en sus distintas expresiones.

    A fines del 2001, Eduardito, un niño brillante, segundo puesto de su
    promoción, ingresaba a la secundaria, y ello constituía una verdadera
    preocupación para su madre. La razón: «eran testigos de Jehová». En
    Arequipa el 99 por ciento de los colegios nacionales de nivel
    secundario turno mañana son parroquiales, los restantes son turno
    tarde. Y el único colegio nacional matutino no parroquial al que
    Eduardito podía acceder estaba ubicado en el polo opuesto de donde
    vive. Bajo estas circunstancias sus padres, antes que permitir que
    estudie por las tardes, prefirieron matricularlo en un colegio
    nacional parroquial. Sin embargo, todos estos centros educativos
    exigían para matricularlo, la partida de matrimonio religioso
    católico de los padres, la de bautizo del niño y en algunos se
    aclaraba que el niño asistiría a misa los domingos y que los padres
    debían participar de la «Escuela para Padres» bajo la dirección de un
    sacerdote. Prácticamente esta familia tenía que convertirse al
    catolicismo para que su hijo pueda estudiar de día en un colegio del
    Estado. Y esa era un exigencia que sus padres no estaban dispuestos a
    aceptar. Por lo que decidieron matricularlo en el turno de tarde y
    exponerlo a los peligros y tentaciones que la oscuridad de la noche
    ofrece.

    Este hecho generó mi indignación, sentí que el futuro prometedor de
    este niño estaba siendo mellado por su opción religiosa, por lo que
    decidí investigar el derecho a la libertad religiosa en el país, como
    tema de tesis. Al finalizar mi investigación, determiné que el origen
    de esta y otras violaciones a distintos derechos, respondían al
    reconocimiento que el Estado hace a favor de la Iglesia Católica
    comprometiéndose a mantener vigente la colaboración económica que
    desde la época de la colonia hasta nuestros días le presta.

    Lo paradójico del tema, es que este reconocimiento figura en el mismo
    texto constitucional, que consagra el derecho fundamental a la
    libertad de conciencia y de religión, y la no discriminación por
    motivos religiosos. Pero, además, se trata de un reconocimiento que
    se encuentra en abierta oposición a lo establecido por la Declaración
    Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos
    Civiles y Políticos y la Declaración de la ONU sobre la Eliminación
    de todas las formas de Intolerancia y Discriminación fundadas en la
    religión.

    Ahora bien ¿cómo se ha concretado este compromiso de colaboración
    estatal?

    El Perú actualmente, entre otras cosas, subvenciona el mantenimiento
    de la jerarquía eclesiástica y el personal civil al servicio de la
    Iglesia; el sostenimiento de las arquidiócesis, diócesis, prelaturas
    y vicariatos apostólicos; la organización de los seminarios de la
    Conferencia Episcopal Peruana; el otorgamiento de becas para la
    capacitación de los seminaristas y la construcción de iglesias,
    parroquias y centros educativos católicos.

    En el campo educativo, la Iglesia goza del derecho a enseñar el curso
    de religión católica como parte de la currícula básica.
    Adicionalmente tiene la prerrogativa de colocar a los profesores que
    dictarán dicho curso, cuyo nombramiento no requiere de concurso
    público ni de título universitario como se exige a cualquier docente
    que concursa a una plaza; para ser profesor de religión, basta con
    que el candidato goce de la aprobación del obispo competente.

    En el campo de la Seguridad Social, todos los arzobispos y obispos
    que pasan al retiro, gozan de pensiones de jubilación sin haber nunca
    antes aportado al Estado.

    En el aspecto tributario, la Iglesia cuenta con una serie de
    exoneraciones, beneficios tributarios y franquicias para todas las
    actividades que realiza. En ese sentido, está exonerada del pago del
    impuesto a la renta, el impuesto general a las ventas, impuesto a las
    exportaciones de bienes, el impuesto selectivo al consumo, del
    impuesto predial y del impuesto al patrimonio vehicular. Además está
    exenta de emitir comprobantes de pago por los servicios que presta.

    Fuera de los beneficios económicos y legales, en el plano político
    existe una fuerte presencia de la Iglesia, que apreciamos, por
    ejemplo en las políticas de salud, de corte represivo, referidas a
    los métodos anticonceptivos y los programas para los pacientes con
    VIH positivo, políticas que afortunadamente están siendo corregidas
    por la actual ministra de Salud. Pero en el debate legislativo sobre
    la Reforma de la Constitución se ha menospreciado la expresión de
    género, no se ha reconocido el derecho a no ser discriminado por
    razón de la orientación sexual y se ha evitado mencionar el tema de
    los métodos de planificación familiar. Tema aparte, lo constituye la
    influencia de la Iglesia en la estructura patriarcal que impera en
    nuestra sociedad.

    Como se puede apreciar, la relación de cooperación que el Estado
    mantiene con la Iglesia, discrimina a una multiplicidad de
    ciudadanos. No sólo hablamos de los no católicos, sino también de los
    que siéndolo, en calidad de docentes universitarios, jubilados,
    contribuyentes tributarios, mujeres, homosexuales, pacientes con VIH
    positivo, sufrimos de discriminación.

    Estas conclusiones me permitieron sugerir que la Constitución sea
    coherente en su discurso eliminando el sistema de cooperación a favor
    de la Iglesia y adoptando una postura laica frente al tema religioso.
    Sin embargo, haberme atrevido a hacerlo, me costó la censura moral de
    parte de mis familiares y mi entorno social, a quienes, hasta cierto
    punto, comprendí tomando en cuenta que se trataba de un tema
    demasiado delicado para la tradicional sensibilidad católica de los
    peruanos.

    Lo más sorprendente fue la reprobación académica por parte de mis
    jurados, quienes revisaron mi trabajo con sumo recelo. Uno de ellos
    se mostró en abierto desacuerdo y en su desesperación ante la
    inminente sustentación de mi trabajo, llegó a decirme que si cambiaba
    de postura me otorgarían felicitación pública. Ante mi obvia
    negativa, este docente menospreció mi trabajo aduciendo que en él no
    había investigación alguna; afirmación que debía probar y al no poder
    hacerlo con fundamentos académicos, el hostigamiento se dio, con
    trabas administrativas, que nunca faltan en las instituciones
    estatales pero que en mi caso tuvieron una especial acentuación.
    Entre la fecha en que concluí mi trabajo y mi graduación
    transcurrieron ocho largos meses en los que tuve que asistir
    diariamente a la universidad para exigir que den curso a mis
    trámites, recibiendo respuestas evasivas y muchas veces un trato que
    deja mucho que desear.

    Al parecer ni mis familiares ni mis profesores estaban dispuestos a
    reconocer el problema de discriminación que el sistema privilegiado
    de la Iglesia Católica generaba. ¿Cómo objetar el rol de una
    institución pilar en la sociedad, además de poderosa?

    Y en esos momentos de cuestionamiento social, académico y de maltrato
    institucional, por los que estaba atravesando, fueron dos las cosas
    que me mantuvieron en pie. Por un lado, la fuerza de mis
    convicciones, es decir, la seguridad de que la violación a una serie
    de derechos era evidente y no había lugar a dudas por más que mis
    profesores universitarios pensaran lo contrario. Por otro lado, la
    indignación, aquella indignación que me generó el caso de Eduardito
    en quien veía a todos los niños discriminados en un país cuyos
    ciudadanos, al parecer, habían perdido la capacidad de indignarse.

    El día de mi grado estos dos elementos impidieron que las preguntas
    formuladas por mis jurados, en tono agresivo, me aturdieran. En esa
    oportunidad la serenidad fue mi mejor aliada para facilitar el
    diálogo.

    No quisiera dejar de comentar una de las observaciones formuladas a
    mi trabajo en aquella oportunidad, porque creo que constituye el
    argumento al que más se ha recurrido en el debate nacional para
    justificar la posición privilegiada de la Iglesia; me refiero al
    criterio de la mayoría: «como la mayoría de los peruanos somos
    católicos, entonces el Estado debe prestar un trato privilegiado a la
    religión mayoritaria».

    El jurado cuestionó la ausencia de estadísticas que informen el
    porcentaje de ciudadanos no católicos a quienes pretendía defender;
    pese a que la discriminación no sólo afecta a los ciudadanos no
    católicos.

    Mi respuesta fue que la carencia de estadísticas respondía a la
    necesidad de hacer evidente que el criterio porcentual, en cuanto a
    atribución de derechos humanos respecta, resulta irrelevante, ya que
    éstos son asignados a todos los seres humanos por igual por el solo
    hecho de pertenecer a este género y no por pertenecer a un porcentaje
    mayoritario o minoritario. La Declaración Universal de Derechos
    Humanos es precisa cuando inicia su articulado expresando que todos
    los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos. En
    consecuencia, no somos cuantificables sino cualificables. La
    calificación que nos atribuimos es la de dignos y merecedores de las
    mismas libertades y derechos, para nuestra realización personal. Por
    ello nadie puede gozar de más o de menos dignidad por practicar o no
    la religión mayoritaria en un país.

    La vigencia de sistemas privilegiados en atención al criterio
    equivocado de la mayoría provoca situaciones paradójicas como el caso
    de la propia Iglesia Católica, que mientras en nuestro país goza de
    privilegios jurídicos y económicos por ser mayoritaria en la India es
    objeto de discriminación y hostigamiento por ser minoría.

    Por eso el problema de fondo consiste en tomar conciencia de que,
    independientemente de la religión que constituya la mayoría o la
    minoría, el Estado debe procurar la protección de ambos grupos en
    términos de igualdad, por una cuestión de dignidad.

    Bueno, éstas y otras consideraciones de índole jurídica y no
    religiosa fueron esgrimidas el día de mi grado. Sin embargo, a la
    hora que tocó dirimir a mis jurados pesó más el prejuicio religioso
    que las cuestiones jurídicas, por lo que decidieron aprobarme por
    unanimidad pero sin otorgarme felicitación pública, pese a que en mi
    Facultad el sólo hecho de graduarse por tesis amerita normalmente
    dicho otorgamiento, como reconocimiento al esfuerzo realizado, en
    comparación con los alumnos que se gradúan por expediente.

    Casualmente, a un año de que aquel reconocimiento académico me fuera
    negado, recibí la grata noticia de que el Comité Latinoamericano para
    la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), había premiado mi
    ensayo «Un Estado Laico para el Perú» otorgándome el segundo puesto,
    en la categoría legal, en un concurso que organizó a nivel de
    dieciséis países de América Latina y el Caribe.

    Hace poco tuve la oportunidad de asistir, por primera vez, a un
    seminario organizado por el Centro Flora Tristán en el que figuraba
    el tema Estado Laico; me alegró mucho saber que lo consideran un tema
    prioritario de su agenda en la defensa por los derechos de la mujer.
    Estas actitudes fortalecen en mí las ganas de seguir adelante en la
    lucha solitaria que un día emprendí.

    Por eso hoy quiero expresarles mi admiración y reconocimiento por la
    labor realizada en nuestro país a favor de la liberación de la mujer,
    especialmente, porque se trata de una organización que lleva
    veinticinco años sin perder la capacidad de indignación.

    *Artículo publicado en el libro «25 años de feminismo en el Perú»,
    por el Centro Flora Tristán (Fuente: Movimiento Masa Perú).

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    Pastor Carlos Vargas Valdez
    Pastor Carlos Vargas Valdezhttps://www.devocionalescristianos.org
    Es esposo de la mejor mujer, padre de 2 hijos maravillosos, pastor y director de Desafío Joven. En los últimos 12 años ha trabajado con jóvenes, padres y líderes juveniles. Estudio en Rhema Bible Training Center. Su servicio con la palabra de Dios se ha extendido por más de 27 países en 13 idiomas. Es director ejecutivo y consultor de varios ministerios cristianos, desarrollando conferencias, cursos bíblicos, libros, estudios, devocionales, vídeos y recursos para la vida espiritual.

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