En un puesto de literatura cristiana tuve la oportunidad de hablar con un hombre acerca de la Biblia y de la fe en el Señor Jesucristo. Su hijo era teólogo y él mismo pensaba tener una buena formación cristiana. Aunque tenía cierto conocimiento sobre Dios, no veía claramente su relación personal con él:
–¿Qué opina usted? ¿Adónde irá después de su muerte?, le pregunté. –Pienso que mi vida ha sido bastante buena como para que Dios me acepte, fue la respuesta. Entonces seguí inquiriendo:
–¿Su vida ha sido verdaderamente tan buena para poder presentarse ante un Dios santo? (Quizás algunos de nuestros lectores hagan una objeción y pregunten: –¿Nos pide Dios una absoluta perfección?). Sí, Dios no puede pasar por alto las manchas de una vida que nosotros consideramos honrada. La única forma de limpiarla es a través de la fe en la obra expiatoria de Jesús en la cruz. Mi interlocutor parecía conocer algo de estos pensamientos, porque contestó correctamente: –No creo que mi vida haya sido tan perfecta como para que no necesite la gracia de Dios. Era el momento de hablar con él acerca de Jesucristo, quien vino a buscar y salvar los que estaban perdidos.
Cristo vino para salvar a quienes reconocen su insuficiencia. Para ellos fue hecho el sacrificio que los justifica ante Dios. Todos los esfuerzos humanos para complacer a Dios sin aceptar primeramente la persona y la obra de su Hijo son sin valor.
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