Desde las primeras palabras de la epístola se presenta a Jesús como aquel que hizo el universo (v.2) y los sostiene; es la gloria del Creador… nosotros somos criaturas sustentadas por él.

       En la misma frase, porque se trata de la misma persona, se le designa como aquel que por sí mismo efectuó la purificación de nuestros pecados (v.3)… somos pecadores que necesitan esta purificación.

       Luego, Cristo es introducido como aquel por medio de quien Dios nos habló, su Apóstol (3:1), dicho de otro modo, su portavoz, su enviado… y es a nosotros a quienes se dirige ese lenguaje del cielo.

       Pero, él no sólo es la Palabra de Dios dirigida a los hombres, el gran Apóstol, Jesucristo, como el primer versículo del capítulo 3 nos invita a considerarlo. Es al mismo tiempo el sumo sacerdote. Sí, tenemos un representante en el cielo, alguien que por haber sido hombre en la tierra, comprende mejor que cualquiera nuestros problemas, nuestras fatigas, luchas y servidumbres (Hebreos 4:14; 16; 7:26; 8:1)

       ¡Qué interés tiene el creyente en esa gloriosa función de su Señor, junto a Dios en el cielo!.