Muchos de los que seguían a Jesús veían las señales que hacía en los enfermos, y otros lo buscaban sólo por la comida que él les daba. Ni aún viendo los milagros creyeron. Ellos sólo querían comer. Aún así, el Señor les ofreció la comida que permanece para vida eterna. Jesús se dio a sí mismo.

En la sociedad actual numerosas veces nosotros hacemos lo mismo que hizo aquella gente oportunista; sólo buscamos al Señor cuando algo anda mal en nuestras vidas y queremos que El se ocupe de resolver nuestros problemas.

Aveces Su Espíritu me advierte con éstas palabras: «El peligro de los milagros está en que un poco después tu me amas por lo que puedo hacer y no por lo que soy para ti.  No siempre llenaré las cestas de panes y peces.  No busques milagros; búscame a mí.  Olvida lo que puedo hacer por tí y concéntrate en lo que soy: amoroso, justo, paciente, fiel, perdonador. No te preocupes por la manera en que convenceré al mundo incrédulo, si no ven señales y milagros.  En realidad, tu fe se hará más fuerte si crees en mí cuando no hay señal alguna, que creyendo cuando las hay.»