San Pablo, que explicaba que por la muerte y la resurrección de Jesús somos justificados y recibimos la vida nueva (Romanos 5,1-7), nos enseña ahora que hemos de vivir esa vida nueva con el poder y la autoridad de Dios: la vida nueva es posible gracias al Espíritu Santo que vive en nosotros (Romanos 8,1-39).

Cuando Dios entra en acción, sus enemigos se dispersan; los que le odian huyen de su presencia; desaparecen como el humo en el aire, se derriten como la cera en el fuego; ante Dios están perdidos los malvados. Pero los buenos se alegran; ante Dios se llenan de gozo, ¡saltan de alegría! (Salmo 68,1 – 3).

Para vivir según el Espíritu hay que tomar ciertas decisiones prácticas cada día. No podemos vivir cediendo a las demandas de nuestra naturaleza pecadora, sino dejándonos guiar por el Espíritu. Si vivimos según los impulsos de la naturaleza pecadora moriremos, pero si damos muerte a las obras malas del cuerpo, viviremos (Romanos 8,12-13). La realidad es que por la fe y el bautismo hemos sido ungidos con el Espíritu Santo y junto con El hemos recibido el espíritu de adopción o filiación que nos hace ser hijos de Dios (Romanos 8,15; Gálatas 4,4 – 5)). El don de la filiación no nos transforma en esclavos temerosos, sino que nos conduce a una relación viva y dinámica con Dios todopoderoso. En el corazón tenemos el Espíritu que nos asegura que somos hijos de Dios; por eso nuestra dignidad y nuestro valor se apoyan en la verdad y la realidad de que Dios nos ha hecho hijos suyos de modo que podemos acudir a Él clamando ¡Abba! ¡Padre! como Jesús lo hacía (Romanos 8,15). Dios quiere que cada día reafirmemos esta verdad y la vivamos, aunque sea motivo de sufrimiento para nosotros. Canten ustedes a Dios, canten himnos a su nombre; alaben al que cabalga sobre las nubes. ¡Alégrense en el Señor! ¡Alégrense en su presencia! (Salmo 68,4).

Vivir cada día como hijos de Dios significa que tendremos que dar testimonio de nuestra adopción. Ser hijos de Dios significa irradiar la vida divina: gozo frente a las pruebas y dificultades, esperanza cuando no parezca lógico esperar, vida en medio de la muerte. Dios anhela que veneremos y atesoremos la obra del Espíritu en nuestra vida, y nos pide proteger la gran obra que Él hace en nosotros resguardando y nutriendo la acción del Espíritu. ¡Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador, que día tras día lleva nuestras cargas! Nuestro Dios es un Dios que salva y que puede librarnos de la muerte (Salmo 68,19 – 20).

¡¡¡Padre celestial, concédeme la gracia de entender que por medio de la muerte y la resurrección de Jesús he recibido una vida nueva y el Espíritu de adopción como hijo tuyo. Quiero aprender a actuar con el poder del Espíritu y dar testimonio de la gloria de la vida nueva. Concédeme valentía y gracia para estar dispuesto a compartir tus sufrimientos, a fin de que un día tenga parte en tu gloria!!!

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