Reclamando las Promesas de Dios
La Palabra de Dios está llena de promesas que revelan Su corazón amoroso y Su deseo de bendecirnos abundantemente. Cada promesa es un testimonio de Su fidelidad y cuidado hacia nosotros. Sin embargo, es importante entender que no todas las promesas bíblicas son iguales; algunas son generales, otras son específicas para ciertas personas o situaciones.
Las promesas específicas, como la que Dios hizo a Sara de tener un hijo en Génesis 18:13, no deben ser tomadas indiscriminadamente como si fueran aplicables a cada uno de nosotros. En cambio, debemos discernir cuáles son las promesas generales que podemos reclamar con confianza, sabiendo que Dios las cumplirá fielmente.
Entre las promesas incondicionales que Dios nos ofrece, encontramos que Él promete llevar nuestras cargas cada día (Salmo 55), nunca dejarnos ni desampararnos (Hebreos 13:5), y Su promesa de volver (Juan 14:3). Estas promesas son seguras y no dependen de ninguna acción nuestra para ser cumplidas. Por otro lado, también hay promesas condicionales que requieren nuestra obediencia y fe activa, como se menciona en Proverbios 3:5-6 y 1 Juan 1:9.
Dios se complace en suplir las necesidades de Sus hijos y todas Sus promesas son para nuestro beneficio. Incluso hace una promesa especial a aquellos que aún no son creyentes: si alguien se arrepiente de sus pecados y recibe a Jesús como su Salvador, será salvo (Juan 3:16). ¿Has reclamado tú esta promesa? Si aún no lo has hecho, te animo a hacerlo hoy mismo, porque Dios está listo para recibirte con brazos abiertos.
Heredando las Promesas de Dios
Las promesas de Dios no están ahí simplemente para adornar las páginas de la Biblia, sino que son una invitación amorosa para que Sus hijos experimenten Su bondad y generosidad. Sin embargo, no podemos dar por sentado que estas bendiciones nos pertenecen automáticamente. Es vital que nos acerquemos a Dios con humildad y reverencia, y que examinemos nuestras peticiones a la luz de Su Palabra.
Al considerar reclamar una promesa de Dios, debemos preguntarnos: ¿Esta promesa responde a una necesidad o deseo genuino en mi vida? ¿Estoy pidiendo esto con un corazón obediente y alineado con la voluntad de Dios? ¿Puede Dios cumplir esta promesa sin perjudicar a otros o interferir con Su plan para sus vidas? ¿Siento confirmación del Espíritu Santo de que esta petición agrada a Dios? ¿Será glorificado Dios si esta promesa se cumple en mi vida? ¿Mi petición está en línea con la Palabra de Dios y fortalecerá mi vida espiritual?
Si nuestras respuestas a estas preguntas son afirmativas y estamos seguros de que estamos pidiendo conforme a la voluntad de Dios, entonces podemos proceder con fe, obediencia y paciencia. La fe es fundamental, ya que agrada a Dios y Él recompensa a aquellos que confían en Él (Génesis 15:6; Hebreos 11:6). La obediencia es clave, ya que nunca recibiremos lo mejor de Dios si desobedecemos deliberadamente Su voluntad. Y la paciencia es necesaria, pues esperar en el tiempo perfecto de Dios siempre vale la pena por las bendiciones que Él tiene preparadas para nosotros.
Que estas reflexiones nos animen a acercarnos más a nuestro Padre celestial, reclamando con fe las promesas que Él nos ha hecho y confiando en Su fidelidad para cumplirlas en Su tiempo perfecto.
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