¿Sabía usted que la liberación que Cristo realizó por su muerte en la cruz va más lejos que la emancipación* del pecado? Trae la liberación de nuestro yo. Antes de nuestra conversión, nos poníamos en el primer lugar, a nuestro prójimo en el segundo y a Dios en el último. Es posible que aun después de su conversión un cristiano no sea liberado de sí mismo. Aun cuando el creyente tenga la seguridad del perdón de sus pecados, el motor de su vida puede seguir siendo su propia voluntad. Pero Dios también quiere hacernos salir de esa prisión del yo. Entonces, en lugar de vivir centrados en nosotros mismos, nos abrimos al Señor como una flor al sol. Con este fin no necesitamos hacer esfuerzos para mejorarnos, sino abandonarnos sin reservas a Dios, a su bondad, a su poder y a su Espíritu.

*Emancipación: hecho de salir de la esclavitud en que se estaba.

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