Este es el título de un artículo de la revista francesa Ciencia y Vida de febrero de 1998, otro testimonio del espectacular naufragio del célebre barco: «En realidad, con ese ultra moderno transatlántico también se hundió en 1912 la fe ciega en los beneficios del maquinismo. En esa época, que había visto aparecer los primeros automóviles, la radio, los aviones, se creía sinceramente que el progreso científico había eliminado riesgos tan antiguos como el naufragio en el mar. En aquel entonces el Titanic era el barco más grande del mundo, el más poderoso, el más hermoso, el más seguro. A los ojos del gran público, había sido concebido por ingenieros que habían previsto y calculado todo; aparentemente nada podía ocurrirle. Pero en su primera travesía se fue a pique con más de 1.500 pasajeros y tripulantes, sólo por haber rozado un iceberg que apareció en su camino. Para la tecnología era el fiasco total; por eso ese naufragio tuvo tanta repercusión psicológica».

       La contemplación de las obras por medio de las cuales el hombre se supera contribuye a darle una alta opinión de sus capacidades. Al mismo tiempo, esa grandeza esconde la más profunda pobreza en el plan moral. Todo lo que el hombre inventa y construye con las extraordinarias capacidades que le fueron dadas muchas veces le induce al orgullo y se atribuye la gloria que sólo a Dios pertenece.

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