En una soleada tarde, mientras vigilaba a los pequeños jugando a la orilla de un lago, observó un grupo de jóvenes cuya manera de vestir y comportamiento lo intrigaban. Éstos pronto entonaron un cántico cristiano al aire libre y uno de los jóvenes vino a sentarse en el mismo banco donde Bernardo se hallaba. Éste, visiblemente impresionado, se dio vuelta hacia su vecino y le comentó:

       ?¿Verdaderamente Dios me busca?
       ?Sí, con toda seguridad, respondió el joven.

       Entonces Bernardo explicó que era la tercera vez, en el transcurso de ese verano, que oía este canto interpretado por diferentes grupos. Para su joven vecino, se presentó la oportunidad de decirle que Dios realmente lo buscaba porque lo amaba y quería librarlo del peso de sus pecados. Bernardo, impresionado por la circunstancia que acababa de vivir, permaneció muy atento. Con gusto aceptó el Nuevo Testamento y los folletos que se le ofrecieron, prometiendo leerlos.

       Para él fue el encuentro decisivo con ese Dios de amor que lo buscaba desde hacía mucho. Por fin aceptó ser amado, y Jesús fue su Salvador.