Cuando en la Carta a los Hebreos 1,5 se retomen estas palabras y se le apliquen a Cristo, se estará viendo el cumplimiento de la promesa hecha a David. Así el Hijo de Dios sentado en su trono a la derecha de Dios en las alturas, llevará a cabo aquella promesa: Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente. Esta promesa será cumplida por Dios en José (Mateo 1,16) quien será el que ponga el nombre de Jesús al Hijo de María, su esposa. Puesto que entre los judíos los matrimonios se daban entre parientes, es seguro que María también entroncara con la rama genealógica de David. José llega a ser justo por su fe en Dios, por hacerle caso llevando a efecto lo que le pide por medio del ángel que le habla en sueños (Mateo 1,18 - 25). Así se nos demuestra por primera vez en el Nuevo Testamento que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Dios y aceptar a Jesús como el enviado del Padre, quien se hizo hombre en María por obra
del Espíritu Santo.
  
  Jesús nos abre el camino hacia la posesión de la Ciudad Santa de sólidos cimientos, la Patria eterna. A ella se entra no por el cumplimiento de la Ley, sino por la fe en Cristo que se ha convertido para nosotros en Camino, Verdad y Vida. Él mismo nos dirá: Quien me acepta a mí, acepta a Aquel que me ha enviado, quien me rechaza a mí, rechaza a Aquel que me ha enviado. Fuera de Cristo no hay otro camino que nos conduzca al Padre. Creer en Él no es sólo profesión de fe hecha con los labios; creer en Él significa una vida totalmente comprometida para manifestar, con obras y actitudes, que en verdad el Señor habita en nosotros y guía nuestros pasos hacia una mayor perfección en Dios. 

  Señor, siempre diré en mi canto que tú eres bondadoso; constantemente contaré que tú eres fiel. Proclamaré que tu amor es eterno; que tu fidelidad es invariable, invariable como el mismo cielo. Hiciste una alianza con David; prometiste a tu siervo escogido: Haré que tus descendientes reinen siempre en tu lugar (Salmo 89,1 - 4).
  
  La Iglesia de Cristo, unida a Él por la fe y por el bautismo, prolonga en la historia el cumplimiento de las promesas davídicas. Dios se ha hecho uno de nosotros en Cristo Jesús, y nosotros hemos sido hechos linaje de Dios, pueblo santo de Dios. Roguémosle al Señor que nos conceda la gracia de ser personas de fe, de fe auténtica. Que sepamos hacer lo que Dios nos pide: Aceptarlo en nuestra vida, para que transformados por su Espíritu en hijos de Dios, vivamos la alegría del amor servicial que salva y da consuelo a quienes lo necesitan. Así al final también nosotros seremos recibidos en las moradas eternas.
  
  ¡¡¡Espíritu Santo, ayúdame a elevar el corazón hacia Ti. Envía a tu Hijo a vivir en mí y concédeme la humildad y la justicia de José. Enséñame, Señor, a reconocer el lugar que me corresponde en tu plan, para que sepa responder a la obra que me has llamado a construir en mi hogar, en la Iglesia y en el mundo!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

                                          Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
  Juan Alberto Llaguno Betancourt
  Lima - Perú - SurAmérica

           
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