Pablo miraba de frente la realidad. Sabía que no podía borrar su pasado de perseguidor; no obstante, aceptaba perfectamente lo que Dios hacía de él en ese momento, pues era el resultado de la gracia de Dios.

       Para el creyente, es importante aceptarse tal como es, tal como Dios lo hizo en su gracia; aceptar su físico, a sus padres, a su familia, la de su cónyuge y la educación que recibió, su pasado e incluso las desdichadas experiencias, de las cuales todavía se avergüenza.

       Sólo el recuerdo de la gracia de Dios puede mantenernos en el lugar correcto ante él, e impedirnos:

1. Autodespreciarnos. Si esto le sucede, pregúntese: ¿No soy yo un hijo de Dios, amado por él tal como me hizo y me forma cada día, para asimismo llegar a ser conforme a la imagen de su Hijo Jesúsí

2. Envanecernos por lo que poseemos. Si este es su caso, dígase: No merezco nada de lo que tengo, todo lo poseo por la bondad de Dios que no me debe nada. Él me da la gracia de ser lo que soy y de hacer algo para él. ?Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual? que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener? (Romanos 12:3).