La Escritura nos enseña que esta libertad no se conquista, sino que se recibe. Era el privilegio de Adán. Dios lo había creado libre. Podía comer libremente de cualquier árbol del huerto del Edén (Génesis 2:16). Su libertad se realizaba en la medida en que permaneciera en relación con su Creador y respetara la orden divina: ?Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás? (Génesis 2:17). Pero al transgredir ese mandamiento, Adán se hizo pecador (Romanos 5:12). Desde entonces, el hombre está sujeto a la esclavitud del pecado y al ?temor de la muerte? (Hebreos 2:15; Romanos 8:20-21).

       Pero la gracia de Dios se manifestó. Cristo vino. Él es el Redentor, quien nos rescata de la esclavitud del mal. Produce el cambio radical que la Biblia llama el nuevo nacimiento. Entonces podemos recibir la libertad, libertad en nuestra relación con Dios a quien conocemos como nuestro Padre celestial. Esta libertad también se experimenta en nuestras relaciones con los que nos rodean, en quienes ya no vemos a inquietantes extraños, sino a personas que Dios ama y desea tener como hijos.