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    Pornografia e inmoralidad sexual

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    Una mala teología como causa de pecados en líderes cristianos

    Pornografia e inmoralidad sexual

    ¿Por qué caen los cristianos en estos pecadosí

    El problema no es meramente por qué algunos cristianos se involucran en la pornografía, el voyeurismo, las fantasías y la masturbación, sino por qué se tornan ciegamente adictos y compulsivos acerca de estas actividades. La iglesia hoy se pregunta cómo y por qué tantos cristianos bien intencionados pudieron verse mezclados en estas trampas de la carne como las que han escandalizado la fe en estos tiempos.

    Desde el momento en que Adán y Eva supieron que estaban desnudos y cosieron hojas de higuera para cubrirse (ver Génesis 3:7); toda la humanidad ha sido acosada por impulsos sexuales. Es normal poseerlos; no es normal lo contrario. «Normal» no significa «está bien», sino «común a todos».

    La mayoría de los muchachos adolescentes y algunas de las muchachas también, se surten de revistas pornográficas y se sienten deliciosamente pecadores mientras las ojean nerviosamente. Cosas semejantes, comunes a la mayoría de la niñez, aún no son adictivas o compulsivas. Los adolescentes pasan rápidamente a la madurez.

    Los cristianos nacidos de nuevo aprenden con la oración a vencer la «codicia de los ojos» y controlar impulsos sexuales impropios. Sus experiencias pecadoras de la niñez y el consecuente arrepentimiento les sirven para armar sus mentes con señales de advertencia y con la sabiduría de refrenarse.

    Nuestra pregunta es por qué algunos cristianos fracasan al pasar por esto, por qué no pueden aprender de estas experiencias como lo hacen otros, y entonces dejarlas.

    Por qué en algunos la fascinación sexual se vuelve tan adictiva y compulsiva que pueden poner en peligro ministerios mundiales y, lo que es aun más importante, la reputación del Cuerpo de Cristo por causa de algunas horas de pecado. La gente se pregunta cómo algo puede volverse tan ciegamente adicto.
    «Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte (…) Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí.

    Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató» (Romanos 7:5, 8-11).

    Las leyes de Dios son santas y buenas. Su propósito, no obstante, no es hacernos capaces de hacer el bien, sino de convencernos del pecado (ver Romanos 3:19-20).

    Solamente la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos aparta del pecado.

    ¡Pero esos pasajes indican que la Ley es la causa de que pequemos! ¿Cómo?

    Todos nacemos con deseos profanos. Ellos vienen como una parte del paquete de ser humanos a la semejanza de Adán y Eva. Dada la naturaleza pecadora que todos poseemos, cuando los «no, no» son puestos delante de nosotros –y debe ser así–, pueden pasar dos cosas insalubres:

    Una, crece la rebelión, ¡tentando e impulsándonos a hacer las cosas que la Ley verdaderamente dice que no! Los cristianos manejan normalmente con facilidad estas rebeliones a través de la oración. Para muchos cristianos el andar con libertad es casi automático.

    Dos, se manifiesta una dinámica de supresión y de expresión. Es decir que cuando tratamos de ser rectos, no por la gracia sino por nuestros propios esfuerzos, debemos suprimir los impulsos sucios.

    Si aflora, por ejemplo, un impulso sexual impropio y no sabemos cómo liberarnos de él en oración al Señor, debemos entonces negarle expresión a este impulso. Lo suprimimos y nos negamos a actuar sobre él. Eso de ninguna forma termina con su actividad; solamente la redirige. Los sanos impulsos que se niegan son ventilados por caminos perversos. ¡Y mayor supresión solamente multiplica la necesidad de expresión!

    Es igual que mantener una pelota de tenis debajo del agua, ¡cuánto más uno la empuja hacia abajo, más poder recibe para emerger y saltar hacia afuera! Una vez que el cristiano se traga la mentira de que debe ganar la batalla –en su carne–, cae dentro de una cada vez más acelerada dinámica de guerra interna –desde el momento en que no puede vencer mediante una sosegada oración, debe dejar que el Señor crucifique sus malos deseos–.

    En proporción a su determinación de obedecer la Ley, en este grado la Ley y su naturaleza pecaminosa se combinan para impulsarlo a inmanejables compulsiones. ¡Por esta razón, las personas religiosas caen en grandes pecados sexuales!

    Esto es lo que Pablo quiere decir cuando manifiesta lo que he citado anteriormente.

    En efecto, Adán y Eva dijeron a Dios:
    – No dejaremos que tú nos levantes. Lo haremos por nuestra cuenta.

    Nuestro sabio Padre sabía que si la humanidad iba a tratar simplemente de vivir de acuerdo a sus mandamientos –necesario para la carne, porque el Espíritu Santo aún no había llegado–, descubriría que no podía hacerlo. En esa forma, se daría cuenta de la desesperada necesidad del Salvador.

    «Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Romanos 7:21-23).

    El Señor sabe que mientras mayor sea nuestra determinación de tratar en la carne de vivir sus mandamientos, más rápido nos daremos cuenta de la imposibilidad de hacerlo sin Él. Dios nos dio la Ley para que a través de ella podamos ser llevados a nuestra muerte en su cruz.

    La tragedia es que muchos cristianos tratan de vivir como Cristo, sin permitirle a su inherente Espíritu hacerlo por ellos.
    En consecuencia, mientras más luchan los cristianos religiosamente bajo la ley, ¡más pronto y más excesivamente pueden explotar hacia los pecados! Cristianos que realmente quieren amar y servir al Señor rectamente, terminan haciendo las cosas más extravagantes.

    Cada vez que los cristianos caen en un afán carnal de ser rectos, se colocan en una terrible dinámica que puede explotar en inimaginables expresiones de pecado. Digo que «puede explotar», porque no siempre sucede así.

    A veces interviene la gracia para enfriar las pasiones, o el ejecutor reconoce y detiene el juego engañoso de Satanás, o la repugnancia produce tal piadoso pesar que llega al verdadero arrepentimiento (ver 2 Corintios 7:9-10).

    ¿Por qué fallan las oraciones de tales hombres y mujeresí
    ¿Por qué son incapaces de encontrar una fácil liberación de los impulsos sexuales a través de su comunicación con Diosí ¿Qué es lo que les causa a ellos –y muchas veces también a nosotros– retroceder bajo la Ley?

    La regla es que donde importantes raíces malformadas de la infancia han sido sanadas, los cristianos pueden normalmente llevar tranquilamente sus impropios deseos e impulsos a la cruz. Todos estamos sujetos en ocasiones a impulsos pecaminosos.

    Generalmente podemos «reconocer» estas cosas como muertas (ver Romanos 6:1l). Pero el corolario es que siempre que las raíces de corrupción se escondan debajo de la superficie, las oraciones de rutina y el reconocimiento no podrán llevar los impulsos sexuales a la cruz para que mueran.

    Los factores no curados en el corazón hacen resurgir continua e insistentemente las pasiones y las prácticas pecaminosas, las cuales demandan entonces una expresión. Así, los cristianos oran con más vigor, tratando de controlar sus misteriosamente crecientes impulsos sexuales.
    ¡Pero eso es como pretender que durante un aguacero pueda secarse un río con una cuchara! Sus oraciones no detendrán sus pasiones.

    La batalla parece ser toda suya, sin la ayuda del Espíritu Santo. Satanás toma ventaja y aumenta esa lucha. Existe la gracia, pero se ha ido para él. Ahora está atrapado en una dinámica de acelerada supresión y expresión bajo la Ley que lo conduce a una explosión. Incontables cristianos han caído en esa trampa.

    Cuando nacemos de nuevo, se vuelve una tarea nuestra responderle al Espíritu Santo cuando nos llama diariamente para morir a todas las raíces y prácticas que continúan resistiendo el impacto de la sangre y la cruz. Después que sus discípulos habían estado un tiempo con Él, Jesús preguntó: «¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no haces lo que yo digo?» (Lucas 6:46).

    Él contestó su propia pregunta cuando les enseño que debían «cavar hondo» (v. 48) para construir sus «cimientos» y asegurarse de que estos fueron cavados sobre la roca de su carácter. Si no lo hacían así, no serían capaces de permanecer firmes en épocas de prueba –la embestida de los grandes torrentes de agua–. La orden para nosotros es cavar hondo después de la conversión.

    Cuando creemos en la falsa teología de que nuestra conversión resuelve el problema de una vez y para siempre, no usamos más la oración para crucificar diariamente nuestra carne resucitada, y estamos por consiguiente reducidos a tratar de vivir como Cristo, sin la gracia de la cruz. «Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:13).

    La verdadera manera bíblica es reconocer la carne que aún no ha muerto en cuanto se manifieste, rastrearla hasta sus raíces (ver Mateo 3:10) y llevarla a una muerte total por arrepentimiento, confesión, perdón y reconocimiento de que está muerta en la cruz (ver Gálatas 2:20 y 5:24).

    Estos creyentes saben acerca de la confesión, del arrepentimiento y del perdón, y lo enseñaban con fe a otros. Pero saben poco o nada acerca de rastrear raíces ni de cómo crucificar nuevamente los deseos pecaminosos en cuanto vuelven a la vida.
    Estas raíces aún vivas son las que impiden que sus oraciones pongan fin a impulsos sexuales pecaminosos, y ese fracaso los lleva nuevamente a afanarse bajo la Ley. No pueden detenerse. Su teología es incompleta. Les falta la dimensión de la continua santificación del corazón después de la experiencia de la salvación.

    Tomado del libro: ¿Por qué algunos cristianos cometen adulterio? Por John L. Sandford Editorial Betania


    Carlos Vargas

    Pastor Carlos Vargas Valdez
    Pastor Carlos Vargas Valdezhttps://www.devocionalescristianos.org
    Es esposo de la mejor mujer, padre de 2 hijos maravillosos, pastor y director de Desafío Joven. En los últimos 12 años ha trabajado con jóvenes, padres y líderes juveniles. Estudio en Rhema Bible Training Center. Su servicio con la palabra de Dios se ha extendido por más de 27 países en 13 idiomas. Es director ejecutivo y consultor de varios ministerios cristianos, desarrollando conferencias, cursos bíblicos, libros, estudios, devocionales, vídeos y recursos para la vida espiritual.

    2 COMENTARIOS

    1. Josue , no entendi tu pregunta .Pero si creo que te refieres a lo que estoy pensando .No vale la pena morir o matarse UNA VEZ , hazlo a diario , por servir a Dios , y cada día experimenta la NUEVA VIDA EN CRISTO JESÚS .Bendiciones Miles.

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