Job, un hombre temeroso de Dios que vivió en el Oriente, posiblemente en el tiempo de Abraham, se dio cuenta de que el ser humano, tal como es, no puede permanecer en la presencia de Dios. En su libro preguntó dos veces: ?¿Cómo se justificará el hombre con Diosí Si quisiere contender con él, no le podrá responder a una cosa entre mil? (9:2; 25:4). Job no sabía cómo el hombre podría ser reconciliado con Dios, del cual fue separado por el pecado. ?No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos?, dijo él (9:33).

       Hoy día sabemos que para nosotros, conscientes de estar en semejante situación, existe tal árbitro o mediador, quien, por decirlo de alguna manera, puso sus manos sobre las dos partes. Para eso el Hijo de Dios tuvo que hacerse hombre, porque sólo uno, que sea igualmente Dios y hombre, puede ser mediador entre Dios y los hombres.

       Como Hijo de Dios satisfizo todas las exigencias de su Padre, y como hombre fue verdaderamente nuestro mediador. El Señor Jesús no intervino mediante palabras, como lo hacen los diplomáticos, para poner en contacto dos partes enemistadas. El Salvador se dio a sí mismo, muriendo en la cruz. Fue la perfecta víctima que satisfizo todas las exigencias de Dios. Esta muerte es el rescate pagado para libertar de la servidumbre del pecado, del diablo y de la muerte a todo aquel que en él cree. ?Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados? (2 Corintios 5:19). 
 

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