Una Bendición Llamada Amor

«Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios 13:1).

Un viejo hacendado japonés había acabado de recoger una zafra de arroz que lo dejaría rico. De sus campos Él podía contemplar, de lo alto, el Villarejo que se encontraba a la margen del océano. Mirando para el mar Él percibió la aproximación de una grande ola que, llegando a la playa, destruiría la aldea y sus moradores. «me traiga rápido una antorcha, gritó Él para su nieto.» Luego a continuación, corrió hasta las pilas de arroz y prendió fuego. Sin saber sobre el peligro que corrían debido a la ascenso de la marea, pero preocupados con los campos del hacendado, los aldeanos corrieron apresuradamente para ayudarlo y, así, salvaron su propias vidas de la muerte.

Dos demostraciones maravillosas de amor y solidaridad. Un hacendado que prescinde de la riqueza para salvar personas con quien, quizá, ni tuviese ningún vínculo de amistad y personas humildes que, solidarias, dejan todo para atrás y ofrecen las manos y el corazón para auxiliar un vecino en aprietos.

¿Cómo nosotros, cristianos, hemos andado con el amor al prójimo? ¿Hemos sido capaces de prescindir a algunos de nuestros intereses en pro de alguien que, en el momento, depende de una mano extendida o un hombro acogedor? ¿Hemos practicado la enseñanza de Jesús que nos mandó «amar al próximo como la nosotros mismosí»

Cuando el egoísmo invade nuestros corazones y nos induce a pensar apenas en nosotros mismos y arrumbar todos aquéllos que nos rodean, podemos hasta alcanzar Éxito, riqueza y notoriedad, pero, difícilmente, podremos gozar de la paz y de la felicidad que tanto el hacendado como los moradores del Villarejo de nuestra historia experimentaron en aquel momento de gran salvación data por Dios.

Más valiosa que la conquista de las cosas materiales que durarán apenas un cierto espacio de tiempo es la victoria del amor que durará para siempre.

Paulo Barbosa
Un ciego en el Internet