¡Ser libre, sí! Pero no tener en cuenta a los demás y vivir sólo para sí, por más seductor que esto parezca, no es válido. Llevada a un extremo, esta concepción de la vida sólo puede producir destrucción: de los hogares, de las familias y de la sociedad. En cambio, la Escritura presenta al hombre procedente de Dios y en relación con él. Dios está en el origen de todo y él da a conocer el bien y el mal. El hombre nunca es autónomo, depende de Dios. Si vive sin buscarlo, es ciego, está en error y no puede ser verdaderamente feliz.

       Además, cada uno de nosotros está en relación con otras personas que tienen derecho a nuestro respeto. Jesús mostró mucha misericordia hacia aquellos a quienes se acercaba, en particular los excluidos y despreciados. Quien busca ante todo su autonomía, constantemente verá a su prójimo como un competidor. Pero si, al contrario, su vida es una respuesta al amor de Dios, será fiel en sus relaciones como cónyuge, padre, hijo, vecino, colega? Entonces podrá amar a Dios con todo su corazón y a su prójimo como a sí mismo.