Estaban involucrados tres hombres: José Tuvera, Jesús Florú y Antonio Calomare. Los tres, de Manila, Filipinas, estaban gozando de una fiesta entre amigos con pescado frito, bien rociado con vino blanco y vino tinto.

En medio de brindis y abrazos, de saludos y mejores deseos, comenzó la discusión, una discusión tan antigua como la filosofía misma: «¿Qué vino primero, la gallina o el huevo?» Y José, Jesús y Antonio se acaloraron en la discusión.

Lo que sabemos sin lugar a dudas es que el alcohol y la discusión no deben mezclarse. Con los ánimos de todos caldeados, José Tuvera desenfundó un revólver y mató a sus dos compañeros. Ahí terminó la discusión, todavía sin resolverse.

Beber demasiado alcohol es, y siempre será, algo malo. Y no es sólo por los pleitos que provoca. Es también por la degeneración de las células cerebrales, la devaluación de la dignidad de la persona que bebe, el ejemplo destructivo que da a los hijos y el quebrantamiento del hogar.

La mayoría de las personas que consumen alcohol en forma desmedida quisieran estar libres de él. Comienzan con un inocente sorbo social que muy pronto se hace costumbre. Luego la costumbre, en forma insidiosa, se convierte en vicio que, como piedra de molino atada al cuello, va hundiendo a la víctima hasta que termina ahogándola.

Volviendo al punto de discusión de los tres filipinos, ¿qué vino primero? ¿La gallina que pone huevos, o el huevo que las gallinas ponen? En otras palabras, ¿de dónde ha salido este mundo armonioso, ordenado y perfecto, con sus asombrosas leyes matemáticas, físicas y biológicasí ¿De la evolución ciega, casual y azarosa, o de una mente suprema, sabia y amorosa?

Están los que dicen que este mundo se formó solo, de la nada, de la acción conjunta del tiempo y la casualidad. Y por el otro lado hay los que creen que el origen de todo lo que existe es creación de Dios, el supremo Creador.

Los hombres de ciencia se rompen la cabeza tratando de dilucidar, no ya lo de la gallina y el huevo, sino: ¿Qué apareció primero en la naturaleza, la molécula de proteína o la molécula de albúmina? Porque de la una procede la otra, y ninguna de las dos puede existir sin la otra.

Más vale que reconozcamos a Cristo como el supremo Creador de todo lo que existe, y junto con eso, como el Señor y Dueño de nuestra vida. Él desea que vivamos a la luz de esa hermosa fe y confianza.