Una mañana, mi padre, muy sabio, me invitó a dar un paseo por el bosque y acepté con gusto. Nos detuvimos en un claro y después de un breve silencio me preguntó:
- Aparte del canto de los pájaros, ¿escuchas algo más?
Escuché atentamente durante unos segundos y respondí: - Estoy escuchando el ruido de una carreta.
- Exactamente, dijo mi padre, es una carreta vacía…
Le pregunté a mi padre:
¿Cómo puede saber que la carreta está vacía si aún no la hemos visto?
Bueno, respondió mi padre. Es muy fácil saber que una carreta está vacía por el ruido. Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace.
Me convertí en adulto, y hasta el día de hoy, cuando veo a una persona:
hablando demasiado, gritando (con la intención de intimidar), tratando al prójimo con rudeza inoportuna, prepotente, interrumpiendo la conversación de todos y tratando de demostrar que tiene la razón y la verdad absoluta, tengo la impresión de escuchar la voz de mi padre diciendo:
«Cuanto más vacía la carreta, más ruido hace…»
A diario nos encontramos con verdaderas carretas vacías que hacen ruido pensando ganarse el respeto en el camino, pero lo único que logran es continuar solas.
¡Hagamos la diferencia, seamos carretas llenas listas para servir!
Porque «El que quiera amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño.» 1 Pedro 3:10
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