A veces nos resulta difícil mantener presente la gozosa verdad de que Dios se hizo carne y vivió entre nosotros [Juan 1,14]. Debemos recordar en esta época que Jesús, aun cuando no tuvo padre biológico ni hermanos, nació en una comunidad familiar en la que había padres, madres, hermanos, tíos y primos, tal como en las nuestras, y que esta familia lo crió y lo educó. Esta parte de la vida de Jesús debe ser fuente de inspiración y aliento para todas las familias.

 

La Escritura deja en claro que el gozo y la alegría deben ser característicos en la familia, porque de ellos fluye la vida en abundancia. El salmista declaró: «¡Feliz tú, que honras al Señor y le eres obediente! Comeras del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien» [Salmo 128,1-2]. La compasión, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, deben ser las bases de la vida familiar [Colosenses 3,12-15]; cuando los hijos honran y obedecen a su padre y a su madre, es decir los respetan, los ayudan y los quieren, Dios bendice a la familia. Estas son las cualidades que debemos adoptar como normas y objetivos de vida [Colosenses 3,2], a fin de que el amor y la paz reinen en nuestro corazón.

 

El esfuerzo humano es insuficiente; el gozo, la alegría y la vida de abundancia espiritual fluyen de una relación viva con Dios. Sólo eso da vida a cada uno y a la familia entera. El centro de la vida familiar es la bendición que genera el temor del Señor; porque Dios merece todo nuestro amor, veneración y adoración, y cuando así se lo manifestamos, Él nos concede todo lo que necesitamos para la vida y la felicidad.

 

El Espíritu Santo que ha derramado el amor de Dios en nuestro corazón [Romanos 5,5] es la raíz y el alimento de nuestra relación con Dios, por medio de la cual experimentamos el gozo y la vida que deben ser características de nuestras familias.

 

«Cristo amado, oramos con devoción para que el mismo amor y cuidado que Tú recibiste en tu familia humana se den con abundancia en la nuestra y en todas las familias, y que la vida de gozo, alegría y santidad sean un testimonio ante el mundo del poder y el amor de Dios.»
 

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