Un hombre cuenta una historia increíble. Fue a una iglesia donde tenía un encuentro con un amigo. Para su sorpresa, luego que entró por la puerta , apareció un perro de caza que le movía la cola con euforia, como a convidarlo a parar y acariciar su cabeza. él no podría haber encontrado mejor recepción de lo que recibió de aquél bello animal.

Poco después él se encontró con el ministro responsable por la iglesia y, con ironía, le dijo que acababa de recibir las más calurosas bienvenidas que haya recibido en una iglesia por un perro increíblemente amigable. Pensaba que el líder religioso se quedaría atónito . Pero, el ministro contestó simplemente:

«Me gusta colocar a mi perro en frente de la iglesia. Los niños esperan con ansiedad encontrarlo todas las semanas. Ofrece hospitalidad como nunca a cualquier miembro de nuestra comunidad».

Es realmente un absurdo tener un perro como recibidor a los visitantes de una iglesia, pero, al mismo tiempo, un asunto para nuestra reflexión. Es muy triste cuando una persona viene a visitar nuestra iglesia y no encuentra la hospitalidad que debía ser la característica normal de cada uno de sus miembros. Cuando el visitante no si siente bien recibido, no consigue percibir el amor que le ha faltado y motivara su salida de allí y pensará dos veces antes de regresar. La iglesia no cumplirá con su papel de presentar a Cristo a los corazones y el nombre del Señor será avergonzado.

Cuando abrimos el corazón para nuestro Salvador, la alegría que experimentamos es tan grande que pasamos a tener el mayor placer en compartir de aquella felicidad con todos. Si no lo hacemos, algo está desacertado con nuestra vida espiritual y necesitamos buscar más a Dios para que nuestra transformación sea completa.

Quizá usted tenga un perro muy apreciado y amigo, pero la tarea de prestar testimonio de la gracia del Señor es suya y no de él.