Antes del viaje de un joven atleta para representar a su país en los Juegos Olímpicos, un grupo de empresarios se reunió y promovió un banquete en su homenaje. En la ocasión ellos lo regalaron una ropa de seda, propia para una corrida. Abajo, en las costuras, habían cintas doradas.

«¿Qué es esto?» preguntó el atleta. «Esto es oro». El oro significa primera categoría. Como usted es un corredor muy importante, colocamos esas cintas doradas en su ropa». El atleta preguntó: «¿La ropa depende de esas cintasí» «No, es apenas una adorno». «Entonces saquelas,solicito el joven».

«Cuando se está competiendo una corrida de larga distancia, al sentir el corazón batir furiosamente, los pies pesando como plomo, un competidor si aproximando por las espaldas, usted no quiere llevar más peso que el necesario.»

Hemos corrido diariamente en la tentativa de alcanzar grandes sueños. Nuestros corazones han palpitado de esperanzas y nuestros pies, aun cuando cansados y pesados, no desisten de proseguir. Miramos para para arriba, nos llenamos del combustible de la fe y, en la fuerza del Señor marchamos como soldados determinados rumbo a las grandes conquistas.

Como atletas espirituales sabemos que precisamos desembarazar de todo peso innecesario. Cuanto más leve estemos, más rápido llegaremos a nuestro objetivo. Las cintas doradas de la vanidad, los botones plateados de la envidia, los bolsillos llenos de egoísmo y avaricia, las hebillas de las golpes y resentimientos, nunca serían adornos para nuestras vestiduras espirituales. Son apenas pesos y obstáculos que dificultan nuestro correr y retardan nuestra llegada.

Queremos llegar lo más rápido posible a nuestro objetivo.
Cuanto más leve estemos, mejor. Si aún tenemos peso innecesario en nuestras vestiduras espirituales, libremonos de él. Nuestra bendición luego llegará.