La grande pasión de cierta mujer era cuidar a sus rosas. un día ella fue hasta el jardín con el propósito de coger algunas de ellas para colocar en una jarra. Seleccionó las más bonitas y al aproximarse a la que juzgaba ser a más bella de todas, tomó todo el cuidado en la hora de cortarla. Mientras su brazo estaba junto al rosal, sintió, de repente, algo frío arrollándose en él.

Sacó rápidamente el brazo del rosal y, para su horror, vio que había allí una serpiente negra arrollada. Aterrada ella sacudió fuertemente el brazo hasta que la serpiente se desató. De aquel día en delante ella no más si aproximó a sus rosales. Su encono, miedo a las serpientes eran más Fuertes que la atracción por las rosas de su jardín.

Bienaventurados somos nosotros cuando, por la gracia del Señor, tenemos miedo por el pecado y por la muerte espiritual que él causa. Asi mismo cuando nos sentimos atraídos por las ofertas seductoras que el mundo proporciona, resistimos por el hecho de no queremos desagradar a Dios.
Los placeres carnales insistirán siempre, pero por el temor del Señor preferiremos mantenernos apartados.

La Palabra de Dios nos advierte que de nada vale ganar el mundo entero y perder el alma. Sabemos que eso es verdad porque no hay mayor placer y mayor alegría que estar en la presencia del Señor. Por mayores que sean los encantos del mundo, son pasajeros y engañosos y no se comparan al regocijo experimentado cuando vivimos bajo la dirección del Señor Jesús Cristo.

Con Jesús en el corazón nuestra diversión es mayor y más segura. Él nos muestra los mejores lugares y nos acompaña a todos ellos. Nuestra dicha es verdadera y eterna porque no esconde celadas o engaños, no nos lleva a la perdición y ni nos deja en dudas sobre adonde ir y que hacer.

Cada un de nuestros días es rellenado de conquistas y victorias y mismo cuando nos vemos bajo una tempestad pasajera, nuestro corazón continúa alegre porque nuestra mano está firme en las manos del Señor y nos sentimos protegidos y guiados en todas las circunstancias.