Una pequeña niña fue encontrada por un hacendado, perdida en Sus campos. Al acercarse a ella el hacendado agarró su mano y dijo: «No llore, yo la llevaré para casa». La pequeña niña, acurruco su rostro en los brazos de él, mostró una bella sonrisa y habló: «Sabía que usted vendría. Le Estaba esperando».

«Esperando por mí», dijo el hombre, «como podía saber que yo estaba veniendo»? «Yo estaba orando para que usted viniese», contestó ella. «Orando»? volvió a hablar el hombre, «oí a usted decir algunas palabras pero no comprendí lo que decía». La niña, mirando para lo alto, continuó: «Soy aún muy pequeña y no sé mucho lo que hablar. Dios sabe que yo estaba perdida y dejé que Él arreglase las palabras de la manera que Él quisiese. Sabe hacer eso mejor que yo». Como seríamos más bendecidos si dejásemos a Dios arreglar las palabras y todo lo demás en nuestra vida.

A veces nos sentimos perdidos de la misma forma que aquélla niña. Andamos para todos los lados y no encontramos la salida a nuestros problemas y anhelos. Alguien nos manda seguir acá y allá vamos nosotros. Otra persona nos dice que debemos ir para allá y una vez más no encontramos las respuestas buscadas. Vivimos atolondrados en un va y viene sin fin y, muchas veces, lloramos de aflicción por sentir que no hay solución para nuestras luchas.

Intentamos arreglar las cosas a nuestra manera pero no siempre resulta. Hacemos nuevas tentativas y el fracaso persiste. Las chascos nos machacan y solo lo que conseguimos hacer es llorar.

La mejor decisión a tomar, cuando estamos perdidos, es mirar para el alto. Sea cual sea la dirección a seguir, la solución viene de arriba — del Dios de amor que nos conoce, que sabe para donde debemos ir, que nos tomará por la mano y con mucho cariño nos hará comprender que siempre podremos contar con Él. Él nos mostrará la salida para los problemas familiares, para las dificultades financieras, para las incertidumbres que sacan nuestra paz y alegría.

Con el Señor, su vida jamás estará perdida.