Alberto Aguilera Valadez, el más pequeño de los hijos de Gabriel Aguilera Rodríguez y Victoria Valadez Rojas, nació el 7 de enero de 1950. A los tres años, su madre, separada de su padre, lo internó en una escuela y tuvo poco contacto con él de ahí en adelante. Alberto la extrañó mucho, y le dolió profundamente no haber vivido con ella.

No obstante, su tenacidad y talento lo llevaron a la cumbre del mundo artístico como compositor e intérprete de innumerables canciones. El éxito de su carrera se consolidó entre 1975 y 1977. Cuando el sello discográfico RCA le otorgó el premio «Niper de Oro» por sus ventas de dos millones de discos en 1976, aún no se habían cumplido dos años desde la muerte de su madre. Esa muerte le causó un dolor tan intenso que lo inspiró a componer una de sus canciones más hermosas. He aquí el réquiem que Alberto Aguilera, conocido por su nombre artístico Juan Gabriel, le escribió a su madre, su «Amor eterno»,1 que en nuestra encuesta «Su canción popular favorita» ocupó el puesto número cinco:

Tú eres la tristeza ¡ay! de mis ojos,
que lloran en silencio por tu amor.
Me miro en el espejo y veo en mi rostro
el tiempo que he sufrido por tu adiós.

Obligo a que te olvide el pensamiento,
pues siempre estoy pensando en el ayer.
Prefiero estar dormido que despierto,
de tanto que me duele que no estés.

Yo he sufrido tanto por tu ausencia:
desde ese día hasta hoy no soy feliz.
Aunque tengo tranquila mi conciencia,
sé que pude haber yo hecho más por ti.

Oscura soledad estoy viviendo,
la misma soledad de tu sepulcro.
Tú eres el amor del cual yo tengo
el más triste recuerdo de Acapulco.

¡Cómo quisiera que tú vivieras,
que tus ojitos jamás se hubieran
cerrado nunca y estar mirándolos!
Amor eterno e inolvidable,
tarde o temprano estaré contigo
para seguir amándonos.

Eduardo Magallanes, colega y autor mexicano coterráneo de Juan Gabriel que escribió su biografía titulada Querido Alberto,2 califica esta canción como «un himno al día de las madres». Quiera Dios que la letra de la canción nos inspire a todos a asegurarnos de que «tarde o temprano» estemos con nuestra madre eternamente allá en el cielo.