«GUARDA LOS PRECEPTOS DEL SEÑOR TU DIOS… PARA QUE PROSPERES EN TODO LO QUE HAGAS…» (1 Reyes 2:3)

En primer lugar, éstas son las palabras de un rey moribundo a su hijo Salomón: «Yo sigo el camino de todos en la tierra. Guarda los preceptos del Señor tu Dios… para que prosperes…» (1 Reyes 2:2,3). Luego, el entierro y la coronación del hijo. Más tarde, Salomón ora por «…corazón entendido…» (1 Reyes 3:9). A Dios le agrada tanto eso que dice: «Y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria…» (1 Reyes 3:13). ¿Qué podría ir mal después de aquello? ¡Todo! He aquí las razones:

(1) Salomón dio preferencia a las posesiones. Ganó casi cuatro mil millones de dólares al año – la mayor parte de ello fruto de trabajos forzados – y se lo guardó todo para sí mismo.

(2) Dio preferencia al placer. Salomón «…amó… a muchas mujeres extranjeras» (1 Reyes 11:1). Inexorablemente, ellas le sedujeron a que adorara a sus dioses y que les construyera templos para honrarlas. Lo que empezó como un derecho del rey de buscar el placer, se convirtió en un acto rotundo de rebeldía contra Dios.

(3) Dio preferencia al poder. Escucha: «…Salomón tenía cuarenta mil caballos en sus caballerizas para sus carros, y doce mil jinetes» (1 Reyes 4:26). No es que a Dios no le gusten los caballos, lo que no quiere es que dependamos de nuestra propia fuerza.

Lee los escritos de Salomón, sobre todo Eclesiastés. Mucho de lo que expresa se puede resumir en una pregunta: «¿Cómo he caído tan bajo?». Desgraciadamente, cayó tan bajo que no fue capaz de levantarse. ¿Cómo puedes evitar eso? «Guarda los preceptos del Señor tu Dios… para que prosperes en todo lo que hagas…» (1 Reyes 2:3).