«OS DARÉ PASTORES SEGÚN MI CORAZÓN, QUE OS APACIENTEN CON CONOCIMIENTO Y CON INTELIGENCIA» (Jeremías 3:15)

Guarda la llama de tu Pastor

Imagínate esta escena: Los soldados de Josué están abajo en el valle combatiendo a los amalecitas. Por encima de Josué, en la cumbre de un monte, se encuentra Moisés con las manos alzadas hacia el Cielo. Mientras mantiene las manos en alto, la batalla se desarrolla a su favor. Si has probado alguna vez a mantener las manos levantadas por mucho tiempo, sabes que te cansas pronto y, tarde o temprano, tienes que bajarlas. En el momento que lo hizo, los israelitas empezaron a perder la guerra. Así que tomaron una piedra, la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; Aarón y Hur sostuvieron sus manos, uno de un lado y el otro del otro, y el rumbo de la batalla cambió otra vez a su favor (ver Éxodo 17:8-16). Observa que no fue la habilidad de Josué para luchar, sino la de Moisés para mantener las manos alzadas la que les dio la victoria en aquel día. Dos hombres evitaron que un hombre desmayara, y como consecuencia una nación entera se salvó.

Si «las manos» de tu pastor «caen» a causa del excesivo cansancio, Dios te juzgará a ti, no a él, porque tú no estabas allí para fortalecerle. Párate un momento y piensa bien en esto.

Si Dios te ha dado un pastor para que te guíe y te alimente – ¡apóyale! En el Tabernáculo del Antiguo Testamento, el candelabro debía arder día y noche, porque su luz representaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Si tan sólo una llama empezaba a parpadear, los sirvientes encargados entraban inmediatamente a rellenarlo de aceite para devolverle su anterior resplandor.

Es tu responsabilidad asegurarte que «la luz» no «parpadee» en tu congregación, o que «el fuego» no «se apague» en el púlpito. Por eso, ¡ora por tu pastor todos los días y proponte animarle todas las veces que puedas! Más de la mitad de los que entran en el ministerio, lo abandona antes de diez años, debido al desánimo.

¡Todo un desafío para «los que guardan la llama»!