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¿NO OS CONMUEVE A CUANTOS PASÁIS…? (Lamentaciones 1:12)

Un día del año 1930, un hombre llamado John Griffin, que controlaba un puente levadizo sobre el río Mississippi, llevó a su hijo a trabajar con él. Después de levantar el puente de gran peso, Griffin estaba comiendo, cuando de pronto escuchó el silbido de la locomotora Memphis Express retumbando hacia el lugar de cruce.

Saltando de la cubierta de observación, corrió para cambiar el interruptor de control. Mirando hacia abajo, su corazón se paró: su hijo se había caído en los engranajes, con la pierna atrapada entre los dientes. Desesperadamente intentó idear un plan de rescate. Pero no hubo tiempo. Su hijo estaba allí abajo, pero había cuatrocientos pasajeros en el tren. Griffin sabía lo que tenía que hacer. Enterrando su cara en el brazo, empujó el interruptor principal justo a tiempo para bajar el puente cuando el tren pasó con estruendo.

Entonces, levantando la cabeza, miró hacia dentro de las ventanas que pasaban, con lágrimas en los ojos. Había hombres de negocios leyendo los periódicos, señoras sorbiendo café y niños comiendo helados. Nadie miraba siquiera al área de control, o hacia abajo a la gran caja de cambios. En agonía, Griffin gritó: ¡He sacrificado a mi hijo por vosotros! ¿Es que no os importa?. Pero mientras el tren pasó apresuradamente, nadie oyó las palabras del padre angustiado.

Conforme consideramos la Cruz en el que Dios sacrificó a su Hijo por cada uno de nosotros, Él nos está preguntando: ¿No os conmueve a cuantos pasáis… (Lamentaciones 1:12)?

Entonces, nuestra pregunta será: ¿Qué… haré de Jesús, llamado el Cristo? Hoy, reconócelo como tu Salvador y Señor.