Por desdicha, en muchos matrimonios la armonía no es como debería ser. Aun cuando ambos esposos sean creyentes, pueden producirse crisis conyugales. Si se mira superficialmente, existen motivos variados. Pero cuando se busca la causa más profunda de los problemas, en la mayoría de los casos, pronto se llega al verdadero motivo: el Yo es el mayor impedimento para un matrimonio armonioso, fundado en un amor recíproco. ¡Cuántas personas buscan en el amor matrimonial la realización de su yo, en lugar de aprender a renunciar a él con abnegación! Renunciar al yo no significa perder valor ante los ojos del cónyuge. No, pero ese renunciamiento debe conducir al desarrollo del nosotros y a una real armonía conyugal.

       ¿De dónde recibiremos la fuerza para semejante vida matrimonial? Del Señor Jesús, quien nos redimió. Él quiere ayudar diariamente a cada uno de los suyos a actuar como él cuando estuvo en la tierra. Nunca pensó en sí mismo, sino que siempre se preocupó por los demás, por su bienestar. Sigamos sus pisadas. De esa manera puede desarrollarse la vida nueva que recibimos cuando nos convertimos. Y el Espíritu nos dará la fuerza para ello.

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