Con el correr de los días, los motivos de irritación son numerosos, pequeños o grandes: contrariedades en casa, disgustos en el trabajo y complicaciones de la vida en sociedad. ¿Por qué no hacer de cada una de esas causas de irritación una perla?

       Me dirigen palabras malévolas, me hacen un reproche inmerecido: ¡es el grano de arena que lastima! Pero la mansedumbre con que respondo viene a ser una perla de gran precio. La injusticia y el perjuicio de que soy objeto: ¡otro grano de arena! El espíritu de renunciamiento con que los acepto sin murmurar es una perla de alto valor para Dios. La prueba que acaece en mi familia o en mi salud: éste es el cuerpo extraño. La confianza y la serenidad en medio de la prueba es una perla fina para el Señor. Por medio del paciente trabajo del Espíritu Santo en mí, el inconveniente que tanto me contrarió en un primer momento servirá para formar otra perla más.

       Todas esas perlas habrán sido producidas pacientemente, en lo secreto, como en el fondo del mar; pero llegará el momento en que podrán ser admiradas en el cielo para la gloria de Cristo y de su gracia.