Perdí la fe

En los postreros días habrá hombres

amadores de los deleites más que de Dios,
que tendrán apariencia de piedad,
pero negarán la eficacia de ella. 
2 Timoteo 3:1-5.

       Se oye decir a ciertas personas: «Perdí la fe», de la misma manera que dirían: «Perdí mi cartera». Con la diferencia que cuando perdemos la cartera, no nos contentamos con decirlo, sino que hacemos lo posible para volver a encontrarla. Uno se devana los sesos y se pregunta: «¿Qué hice hoy? ¿Adónde fui? ¿Cuándo la vi por última vez?» Regresamos por el camino recorrido, interrogamos a quienes nos encontramos, denunciamos el hecho, etc.

       Usted dice que perdió la fe. En otros tiempos creía en Dios, ahora ya no cree. Oraba y ahora no ora, leía la Biblia y ya no la lee. Usted hace esta constatación y se resigna a ello.

Es tiempo de detenerse y formularse seriamente algunas preguntas. ¿Tenía verdaderamente la fe? Quizá fue criado por padres creyentes y tomó ciertas costumbres cristianas. Pero era sólo una apariencia, un barniz que no resistió la prueba del tiempo. Es necesario convencerse de que la fe debe ser alimentada, y cuanto más débil es, más alimento necesita. Usted descuidó la lectura de la Escritura y rehuyó el contacto con fieles cristianos. Le es necesario volver a Dios, confesarle su abandono y poner su confianza sólo en él, quien le dice: «Vuélvete a mí, porque yo te redimí» (Isaías 44:22).

poèma:
Omnipotente Padre Dios
Danos la fe del Vencedor,
Que de los fieles fue sostén
En los momentos de dolor;
De nuestra vida en el vaivén¡
Sea nuestra ancla aquella fe!

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