Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí, pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues sea que vivamos o que muramos, del Señor somos» Romanos 14: 7-8
Una de las tragedias para el ser humano, es creerse dueño de su propia vida. Ignorar el hecho de que nuestra vida no depende de nosotros si no de Dios, para algunos, es un golpe a su orgullo. Solo cuando estamos parados frente a lo imposible, con toda la impotencia de nuestra humanidad, pensamos en Dios.
Pero la realidad es que ninguno de nosotros decidió el día del nacimiento, ni sabe la hora de su propia muerte. Cuando relacionamos esto con la vida del creyente, tiene mayor relevancia el hecho de que no somos nuestros, pertenecemos a Dios.
Esta pertenencia, hace que mientras vivimos, lo que hagamos, debe ser lo que Él quiere y no lo que nosotros queremos, pues Él sabe, que es lo mejor para nosotros, El quiere nuestro bien. Tampoco morimos porque deseamos morir, por nuestra propia voluntad, o para lograr un propósito determinado.
Cuando nuestra vida cristiana es verdadera y deseamos servir a Dios de verdad, nos mimetizamos de tal manera que tratamos de ser como Cristo, y lo que tenemos, entendemos que es de Él. Entonces comprendemos que la vida que tenemos es de Él, que la esposa o el esposo son de Él, los hijos son de Él, la casa es de Él, el automóvil es de Él. Ninguna de estas cosas dejamos de usarlas para su servicio, aún sin pensar que le pertenecen. Todo es de El y Él es lo más importante de nuestra vida.
Lamentablemente hay hermanos que creen que las cosas que tienen son de ellos y no se dan cuenta, que las tienen por la misericordia de Dios. Aún después de haber trabajado duramente para comprar estas mismas cosas, si Dios no te hubiese dado salud, no podrías haberlo hecho. En 2 Corintios 5:15 dice: «Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, si no para Aquel que murió y resucitó por ellos». Sí, Dios mandó a su propio Hijo, a morir en la cruz para salvarnos, El dio su vida por nosotros.
El vivir para Dios debe ser una obligación de amor, debe sentirse como un privilegio, debe hacernos pensar que somos parte con Dios en el ministerio de la reconciliación del hombre con Dios. ¡Señor ayúdame a vivir cada día para Ti!
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