Un abuelo llevo al circo a varios de sus pequeños nietos. La idea era que todos ellos pasaran un momento alegre y divertido. Sin embargo, el nietito menor se asusto con uno de los números del circo, y se puso a llorar. Entonces el abuelo, tomándolo del cuello, le dijo al pequeño:
«Te he traído aquí para que te rías, para que te diviertas.» ¡Deja de llorar! Pero el niño siguió llorando…
Y así como el circo fue incapaz de hacer reír al niño de corta edad, cuantos otros recursos utilizados para dar alegría a la gente adulta, solo producen la mueca de un placer exterior y pasajero.
Cuando el dolor, el sufrimiento y la tristeza se llevan en el alma, no hay espectáculo ni broma ingeniosa que pueda encender la chispa de la alegría. Porque el verdadero contentamiento, tiene una base mucho más sólida y profunda. No se apoya en las frivolidades de la vida sino en las palabras que producen vida, se sustenta en palabras del Maestro que nos dejo escrito:
«Les he dicho todas estas cosas para que mi ALEGRÍA este en ustedes y su ALEGRÍA sea completa» (San Juan 15,11)
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