Al día siguiente su cuñada lo llamó por teléfono. «Tu hermano murió anoche atropellado por un auto —le dijo—. El conductor huyó.» Entonces José supo que él había sido el culpable, dando muerte a su propio hermano mellizo, Jorge Vegas.
Las noticias frecuentemente nos informan acerca de accidentes de automóvil provocados por conductores borrachos. A pesar de todas las advertencias que se hacen por todos los medios de publicidad, y a pesar de las severas penas que se están aplicando a conductores borrachos, el problema, en vez de disminuir, va en aumento.
Los fines de semana y los días de fiesta son los tiempos más críticos. La gente sale a divertirse y no encuentra otra diversión que entrar en una cantina y beber alcohol hasta intoxicarse. Luego, con los humos del alcohol en el cerebro, se creen invencibles, y desatienden advertencias y razones y consejos. ¿Y cuál es el resultado? Horribles consecuencias, a veces mortales.
El alcohol dentro del cuerpo es un enemigo. Fuera del cuerpo será para fricciones y curación de heridas, pero dentro del cuerpo es un agresor que sube rápido del estómago al cerebro. Allí entorpece todas las mejores facultades del hombre. Nubla la inteligencia, adormece la conciencia y mata el alma.
¿Quién puede librar de este vicio a una persona? Nadie desea ser esclavo del alcohol. Hay Uno que puede librar al adicto de esas cadenas. Es Jesucristo. Con su poder y gracia, Cristo puede librar de su terrible condición al alcohólico.
¿Qué tiene que hacer el adicto? Entregarse de corazón a Cristo, y pedir su ayuda y salvación. Si clama a Cristo, Él acudirá en su auxilio y lo librará del vicio despiadado del alcohol. Cristo salva al que con fe lo busca.
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