Era un activo artesano y un buen padre de familia; en la aldea era apreciado por su afabilidad. En las cuestiones de fe se atenía a lo que la «iglesia» decía y esperaba de él.

Cierto día llegó a su taller un desconocido quien, después de un corto saludo, le dijo: –Dígame, ¿tiene usted la paz con Diosí Nuestro amigo se sorprendió al oír esta inusual pregunta. Reflexionó un momento y contestó: –Estoy contento con Dios. –¿Y Dios también está contento con usted?, preguntó el otro. El artesano reflexionó nuevamente y respondió: –No se puede saber si Dios está contento con uno. Entonces el visitante sacó un pequeño libro de su bolsillo y leyó: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

El artesano siempre había pensado que si uno llevaba una vida honrada, Dios estaría satisfecho. Pero no sabía si al final Dios verdaderamente lo aceptaría; pensaba que nadie podía tener la seguridad de ser salvo y que había que esperar hasta después de la muerte para saberlo.
En el momento de despedirse, el desconocido recomendó al artesano que leyera el Nuevo Testamento. En casa, este último encontró un empolvado ejemplar en el desván. Cuando se abstrajo en él, vio con claridad que uno no puede justificarse ante Dios por sus propios esfuerzos, sino por la fe en Jesucristo el Salvador, y en su sacrificio. Finalmente tuvo la dichosa seguridad: Dios me justificó, y por la gracia del Señor Jesucristo tengo la paz con él.