«Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25).

Cuando aún era bien joven, D.  L.  Moody ha sido llamado para predicar en un velatorio.  Buscó en todos los cuatro Evangelios en la tentativa de encontrar un sermón fúnebre de Cristo, pero su busqueda fue en vano.  Concluyó que Jesus acabó con todos los entierros a los cuales compareció.  La muerte no podía existir donde Él estaba.  Cuando un muerto oía Su voz él saltaba para la vida.

Cuando Jesus está presente la vida experimenta momentos de regocijo y victoria.  Él es la Vida y en Él somos también victoriosos.  Si nuestra alegría parece estar muriendo, Él la resucita.  Si nuestro amor se acaba y comienza a desaparecer, Él lo hace nuevamente florecer.  Si nuestras esperanzas parecen ya sepultadas, Hace lo que hizo con Lázaro, hermano de Marta y Maria: «¡Sale del sepulcro y ven fuera!».

Cristo es la razón de toda nuestra felicidad.  Cuando Él es invitado a entrar en nuestros corazones, el sol brilla de júbilo en nuestros días, los pajaritos no cesan de gorgoritear en nuestras ventanas, las gotas de lluvia parecen tocar canciones maravillosas que acalentam nuestras noches.  La vida presenta momentos de grande esplendor.

Aquél que busca motivos de tristeza y muerte en la presencia del Salvador quedará desapuntado.  En Cristo no encontramos tales cosas.  Ahuyenta y disipa todo cuanto es negativo, sustituyéndolos por momentos de fiesta espiritual.  La Vida solo puede producir frutos de vida.  Su alegría nos fortalece y estimula.  Su paz adorna cada día de nuestra existencia.

Si usted aún enfrenta batallas de tristeza y muerte, deje a Jesus vencerlas, llenando sus lugares con una vida abundante y eterna.