Espontáneamente la historia de Abraham acude a nuestra memoria. Un hombre de su edad, que ya no podía esperar un hijo, recibió la promesa de que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas que podía ver. Ahora bien, ¡en el cielo oriental del desierto el número de las estrellas visible es mucho más grande que en el cielo contaminado de nuestras ciudades occidentales!

       ¿Y si Dios me interpelara también con esta visión para decirme que, siendo su hijo, mis riquezas en Cristo son más numerosas que las estrellas de los cielosí  ¿Soy suficientemente agradecido por tal don de Diosí  ¿Y si Dios me cuestionara también por medio de esta visión para decirme que todas las tareas que debería cumplir con él son tan numerosas como las estrellasí  ¿No me recuerda esto mis responsabilidades como cristiano?

       Pero me es más fácil aceptar el pensamiento de mis bendiciones que el de mis responsabilidades, a las cuales no tengo excusas de sustraerme, porque ?si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotrosí? (Romanos 8:31)