«Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado» (Salmos 32:1).

Observamos una nube moviendose a través del puro azul del cielo y, por fin, desaparece para siempre.  Nunca más veremos aquella nube nuevamente.  De la misma forma Dios actúa en relación a nuestros pecados.  Creemos en Su Hijo, Jesucristo, como Señor y Salvador y,al reconocer nuestros errores, Él las apaga completamente de nuestra vida como hace desaparecer la nube concluyentemente de nuestra visión.

Somos hijos de un Dios misericordioso que tiene placer en concedernos lo mejor.  Podía virar la espalda para nosotros, transgresores, fallos, aveces en pecado, pero prefiere  recibir nos de brazos abertos.  Sabe cuando Lo ignoramos, cuando privilegiamos cosas vanas y pasajeras, cuando Lo cambiamos por nuestros propios intereses, pero igual nos  ama, nos ofrece oportunidades, nos muestra la puerta de la victoria.

Cuando andamos lejos de Sus caminos, no nos abandona.  Cuando Le decimos «no», Continúa junto a nosotros, en la expectativa de que cambiemos de opinión, para abrazarnos, para acariciarnos, para protegernos.

Que grande maravilla es poder experimentar el perdón del Señor.  La indiferencia desaparece en el horizonte de nuestro arrepentimiento, la ingratitud, la rebeldía, el egoísmo, la vanidad y todo lo que había de impedimento para una perfecta relación son sepultados en el océano del olvido del nuestro Dios.  Él nos transforma, nos aviva, nos hace relucir como una alhaja preciosa.  Los pecados desaparecen mientras el brillo de una nueva vida restaurada empieza a ser visto por todos.

¿Anhela la desaparición de sus pecadosí  Anhela el ¿comienzo de una nueva vida, plena de bendicionesí  Abra el corazón para el Señor.  Usted encontrará la verdadera felicidad.