Tengo que evitar a toda costa la religión del «vigilado». Dios enfocó esta clase de respuesta religiosa cuando le dijo a Jeremías, «¿Acaso soy yo Dios de cerca y no Dios de lejosí» (Jeremías 23.23). No debo tener dos clases de fe en relación con Dios. La fe no es correr hacia él cuando estoy en problemas, para después olvidarlo cuando todo va bien.

Es fácil para mí ser un buen cristiano cuando me están vigilando. Pero, ¿me sigo comportando como discípulo cuando estoy en una ciudad extraña, donde soy un desconocido, y Dios está «lejos»? ¿Cuánto de mi cristianismo simplemente se acomoda o se conforma ante la presión social o familiar? ¿Soy simplemente como un camaleón, que cambia de color de acuerdo a su entorno, sin la estabilidad de la transformación esencial en mi impulso interno?

La religión del vigilado está sentenciada a fracasar. Dios pregunta, ¿«acaso podrá alguien ocultarse en escondrijos para que yo no lo vea?» (Jeremías 23.24). No debo jugar con Dios tal y como lo hicieron los israelitas, buscándolo sólo en los momentos de peligro e ignorando totalmente su derecho sobre ellos. La idolatría de Israel fue síntoma de una vida espiritual que se había deteriorado hasta tener que depender de ser vigilada. Ciertamente, yo tampoco soy mejor que un idólatra si pretendo que Dios no tiene ojos para ver ni oídos para oír.

En cambio, mi actitud debe ser como la de aquella mujer que estaba tan desesperada por llegar a Cristo que le «tocó el borde del manto» (Lucas 8.43?48). La diferencia entre la mujer y las multitudes que apretaban a Jesús es que ella actuó con necesidad y con fe. El resultado fue ¡sanidad y renovación! Debo caracterizarme por estar recurriendo continuamente a Jesús por fe, y no contentarme con un conocimiento lejano acerca de él. Una relación que depende de ser «vigilado» mantiene a Jesús limitado, pero actuar con fe libera el sobrenatural poder de Dios en mi vida con resultados eternos. La fe reconoce que Dios siempre está presente, y siempre es mi ancla y esperanza para toda situación.

Más bien, santificad en vuestros corazones a Cristo como Señor y estad siempre listos, para responder a todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia. 1 Pedro 3.15

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