Muchas Moradas hay en la casa de mi Padre

«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Juan 14:1, 2).

Una pequeña niña estaba entrando en el camposanto, con su tía, y mientras caminaba, examinaba las tumbas. De repente, dijo bien alto: «OH, ¡mire aquí! Esta tumba es de una pobre persona que no fue para el Cielo». «¿No fue para el Cielo?» contestó la tía con sorpresa, mirando para el monumento bien elaborado y esculpido en mármol, con ángeles llorando. «¿Cómo así? ¿Qué quieres decir con esa afirmación?» «Bien», dijo la niña, «la señora o caballero en el sepulcro no pudo ir para el Cielo. Si hubiese ido, los ángeles no estarían llorando.»

La niña tenía razón. El hijo de Dios se alegra en saber que, al morir, irá para junto del Padre celestial, para las moradas eternas que el Señor dispuso para Sus queridos. No hay motivos para lamentación y sí, un gran regocijo por estar yendo a vivir con Cristo.

Hay una canción antigua que dice: «El cielo es un lugar maravilloso, lleno de gloria y gozo. Allá veré a mi Salvador… El cielo es un lugar maravilloso»

Sí, creemos firmemente que el Cielo es un lugar de delicias perpetuas, de refrigerio y felicidad. Todos nosotros que un día aceptamos, por la fe, al Señor Jesus como nuestro Salvador personal, que reconocemos no haber otro Camino, que entregamos nuestras vidas, nuestros sueños, nuestros intereses y todas nuestras decisiones a Él, aguardamos con gran ansiedad, el día en el que seremos arrebatados para vivir, para siempre, a Su lado.

Yo me alegraré siempre en el Señor, tanto aquí en este mundo como en el momento en el que el Padre me llame para estar en Su presencia. La experiencia feliz de andar con el Señor mientras estoy aquí, se extenderá por toda el eternidad.