«ANTE TODO, TENED ENTRE VOSOTROS FERVIENTE AMOR; PORQUE EL AMOR CUBRIRÁ MULTITUD DE PECADOS» (1 Pedro 4:8)

¿Como Vencer un espíritu dado a juzgar?

Gastamos muchísima energía opinando acerca de la gente. No hay ni un solo día sin que alguien haga o diga algo que evoque en nosotros la necesidad de formar una opinión sobre otra persona. Oímos mucho, vemos mucho, y sabemos mucho. Hemos nacido con la idea de que lo tenemos que ordenar todo en nuestra mente y sacar un juicio sobre ello.

Los que fundaron América decían que juzgar a otros es una carga pesada, mientras que el ser juzgado por los demás es una carga ligera. Una vez que nos hemos liberado de la necesidad de juzgar a la gente, experimentamos una libertad increíble. Somos libres para recibir misericordia, porque Jesús dijo: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5:7).

La mayoría de nosotros no se da cuenta de lo profundamente arraigados que están nuestros prejuicios. Nos hemos autoconvencido de que nos identificamos fácilmente con personas de otro color, religión, o estilo de vida. Pero la verdad es que nuestros pensamientos espontáneos, nuestras palabras no censuradas, nuestras reacciones instintivas revelan que nuestras predisposiciones lo tiñen todo.

Los extraños (las personas que son diferentes a nosotros) nos causan temor, sospecha y hostilidad. Nos hacen perder el sentido de seguridad por el simple hecho de ser «de manera distinta». ¿Cuál es la solución? Hasta que no entendamos el amor incondicional que Dios tiene por nosotros, y empecemos a ver a aquellos «otros» como amados de la misma manera por Él, no podremos quitar las barreras y empezar a construir puentes, puentes sobre los que podamos caminar para compartir el amor de Dios, y disfrutar de su familia.