«…EN LA CASA DEL SEÑOR MORARÉ POR LARGOS DÍAS» (Salmo 23:6b)

Llegando a casa del Señor

El pájaro se llamaba «Pootsie». Como nadie lo reclamó, se lo dieron a Sue. Los dos se hicieron amigos rápidamente. Un día el pajarito hizo algo increíble: Se colocó en su hombro y le susurró: «La calle Oneida número 1.500, Greenbay».Sue se quedó «de piedra». Descubrió que esa dirección existía realmente. Fue allí y encontró a un hombre llamado John Stroobants. «¿Tiene usted un periquito?», preguntó ella. «Lo tuve, y le echo muchísimo de menos». Cuando vio a Pootsie, se emocionó. «¿Sabesí,» dijo, «incluso se sabe el número de teléfono».

Esta historia no es tan absurda como quizá pienses. Tú tienes una dirección eterna escrita en tu alma: «…ha puesto eternidad en el corazón del hombre» (Eclesiastés 3:11b). En lo profundo de tu ser sabes que todavía no has llegado «a casa», así que ten cuidado de no vivir como si ya fuera así. ¿Colgarías cuadros en la pared de un autobúsí ¿O te mudarías a vivir a un motel? La mayor calamidad no es sentirse lejos de casa cuando lo estás, sino sentirse muy «en casa»

cuando realmente no lo estás. «Pero nuestra ciudadanía está en los cielos….» (Filipenses 3:20). Cuando somos jóvenes, el cielo no nos atrae mucho. Tenemos demasiados sueños como el amor, el casarse, los hijos y la carrera. ¿Pero envejecer? Es la manera que Dios tiene de cuidar que no perdamos el camino a casa. ¿Y la muerte? No somos enterrados, sino plantados – ¡cómo las flores! «(se siembra)[sembrados] en debilidad, resucita(rá)[dos] en poder» (1 Corintios 15:43b). Al llegar a casa, en el cielo se anuncia: «¡Mirad al que está a punto de brotar!». ¿Y qué sucederá despuésí «…en la casa del Señor moraré por largos días».