Dale a Dios Su Diezmo
“EL DIEZMO DE TODO… ES DEL SEÑOR…” (Levítico 27:30)
En lugar de decir ‘Le doy a Dios mi diezmo’, deberías decir ‘Le doy a Dios Su diezmo’. Seguramente pensarás que si lo ganas, es tuyo; pero no es así. La Biblia dice: “Del Señor es la tierra y Su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Salmos 24:1). A Él le pertenecen cada metro cuadrado y cada persona que habitan en la tierra, incluido tú. Así que no eres propietario, sino mayordomo. Y aunque un buen mayordomo merece ser bien pagado por el amo de la casa, su función por excelencia es complacerlo y hacer su voluntad. La Biblia dice: “El diezmo de todo… es del Señor…” (Levítico 27:30). Entiende bien que a los ojos de Dios, el diez por ciento de tus ingresos es un “fondo reservado” para un único fin: Sus propósitos en la tierra. Y diezmar no es el medio por el que las iglesias levantan fondos, sino un medio que Dios tiene para educar a Sus hijos.
Distorsionamos la Palabra de Dios enseñando que el diezmo es una manera de obtener dinero para saldar las deudas de la iglesia; o un sustituto de otros métodos de recaudación de fondos ya demasiado usados; o un “remedio infalible” para paliar el déficit financiero de la iglesia. La Biblia dice: “Dame, hijo mío, tu corazón…” (Proverbios 23:26). Cuando tus mayores afectos estén en Dios, le darás de buena gana y no a regañadientes. El primer hombre en diezmar en las Escrituras fue Abraham. ¿Por qué lo hizo? Por gratitud, porque Dios lo había librado de la mano del enemigo que había salido para destruirlo. ¿Te ha librado Dios? ¿Te ha bendecido? ¡Entonces demuéstrale tu gratitud dándole Su parte!
“…TE DARÉ LA DÉCIMA PARTE” (Génesis 28:22 CST)
Jacob no era un “dador” por naturaleza, sino más bien lo contrario. Engañó a su hermano Esaú para quitarle la primogenitura, o sea, el derecho de heredar del padre el doble que su hermano. Y cuando trabajó para su suegro Labán, también se aprovechó de él. Sin embargo, una noche Jacob se encontró con Dios en un sueño que le cambió la vida. Cuando se despertó a la mañana siguiente, dijo: “De todo lo que Dios me dé, le daré la décima parte” (Génesis 28:22 CST). Notemos que esto sucedió cientos de años antes de que se instituyera la Ley de Moisés, la cual estipulaba que “El diezmo de todo… pertenece al Señor…” (Levítico 27:30 CST). Lo que motivó a Jacob a prometer tal cosa no fue la ley sino el amor a Dios. Se puede dar sin amar. Hay quienes dan bajo presión, o para impresionar a otros, o para desgravar impuestos. Pero es imposible amar sin dar.
La Biblia dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito…” (Juan 3:16). No hay momento en el que te asemejes más a Dios que cuando das. Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Diezmar consiste en poner a Dios y Su reino en primer lugar. Cuando el ego, el hogar, los negocios y el placer son lo más importante en tu vida, tu orden de prioridades está alterado. Diezmar invierte ese orden y pone a Dios donde le corresponde: a la cabeza. Al pedirte Dios que diezmes, te está animando a que te acostumbres a ponerlo a Él en el primer lugar en todo. Al hacerlo, verás que, como dice Jesús, “todas estas cosas” que tanto te preocupan “te serán añadidas”.
“TRAED ÍNTEGRO EL DIEZMO PARA LOS FONDOS DEL TEMPLO…” (Malaquías 3:10 CST)
Cuando honres al Señor en tus negocios, Él la bendecirá. Imagínate la ventaja que tendrías en el mercado si contaras con Dios como socio. A lo largo de la Historia muchos empresarios cristianos conocidos diezmaron fielmente; por ejemplo Henry John Heinz, fabricante de las salsas y kétchups, y William Colgate, el magnate de la pasta dentífrica. Algunos de ellos fueron tan bendecidos que al final de sus días daban a Dios el 90 por ciento de sus ingresos y vivían con el 10 por ciento restante. Dios dice: “Traed íntegro el diezmo para los fondos del templo, y así habrá aliento en mi casa. Probadme en esto… y ved si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde… todas las naciones os llamarán dichosos…” (Malaquías 3:10-12 CST).
Cuando demuestres que los asuntos de Dios te importan más que los tuyos, Él te prosperará. Dios también te invita a que Lo “pruebes” en esto. ¿Desde cuándo sabes que deberías diezmar, has querido hacerlo, has dicho que lo harías y todavía no lo has hecho? Empieza ahora con lo que tienes. Lo que esté en tu mano ahora es lo único que puede influir en tu futuro. A John D. Rockefeller se le atribuye esta máxima: “Nunca habría podido llegar a diezmar mi primer millón de dólares si no hubiera diezmado mi primer sueldo de un dólar y medio por semana”. Diezmar demuestra que has vencido el interés egoísta y el temor a la carencia. ¡Y Dios siempre recompensa la fe!
“…NADA LES FALTA A LOS QUE LE TEMEN” (Salmos 34:9 CST)
Hay tres clases de “dadores”: los que son como pedernales, como esponjas o como panales. Para sacar una chispa de un pedernal, tienes que golpearlo; para sacar algo de una esponja, tienes que estrujarla; pero un panal rebosa miel con facilidad y dulzura. Entonces, ¿en qué grupo te sitúas? El salmista escribió: “Probad y ved que el Señor es bueno; dichosos los que en Él se refugian… nada les falta a los que le temen” (Salmos 34:8-9 CST). Diezmar es un acto de adoración. De las 118 horas que estás despierto cada semana, dedicas casi la mitad a ganar dinero. Así que cuando le das a Dios tu ofrenda, le estás dando tu cerebro, tu sudor y tu persona. Cuando vas al tempo el Día del Señor, participas de la Santa Cena y pones Su diezmo en Su tesoro, llevas a cabo un acto de profunda adoración.
Ahora bien, dejemos clara una cosa: un Dios que pavimenta las calles del cielo con oro no va a arruinarse porque tú no le des el diezmo de tus ingresos. Pero tú quizás sí. En la entrada de una iglesia apareció este letrero: “Dale a Dios el diezmo proporcional a tus ingresos, no sea que Le desagrades y te dé ingresos proporcionales a tu diezmo”. Lo importante a la hora de diezmar no es el diezmo en sí, sino quien diezma; no es lo que se da, sino quien lo da. No es el dinero, sino la persona; no son las propiedades, sino quien las posee. Tal como lo expresó el autor de himnos tradicionales cristianos Isaac Watts: “El mundo entero no será dádiva digna de ofrecer. Amor tan grande, sin igual, en cambio, exige todo el ser”.
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Muy Buenos estudios Dios Los bendiga y siga dando sabiduria.